viernes, 27 de febrero de 2009

Vicky, graffiti, Barcelona. Publicado en el confidencial.com el 28/02/2009

La ordenanza cívica de Barcelona aprobada hace ya más de tres años para garantizar la convivencia en el espacio público sigue todavía hoy generando polémica, tanto por la cantidad de sanciones que contempla como por la calidad de las mismas. Recordemos que dicha ordenanza abarca desde la prostitución, hasta la mendicidad, pasando por la práctica del skate, los graffiti, e incluso orinar en la vía pública, pero ¿qué razones impulsan al ayuntamiento a tomar este tipo de medidas sancionadoras, y que consecuencias sociales arrastra? Pasemos a destacar algunos de sus rasgos más relevantes.



Una de las problemáticas más acusadas que presenta la implantación de la ordenanza es la tendencia de algunos de sus apartados, que parecen criminalizar y penalizar actitudes e incluso la mera presencia de algunas personas en la vía pública. En el caso de los lateros o el top manta, el peso de la ley recae sobre aquellos que representan el eslabón más débil de una cadena, donde además de encontrarse en una condición de vulnerabilidad social, se amplifican sus dificultades cuando pasan a ser protagonistas de las prácticas incívicas.



Asimismo, algunos de los artículos de la ordenanza aluden a expresiones públicas que devienen la esencia misma de la persona infractora, como por ejemplo, las trabajadoras sexuales y la mendicidad. El hecho mismo de ser un sin techo conlleva actuaciones como dormir en la calle o usar fuentes para limpiarse, así como las chicas que son calificadas de incívicas no por mantener una actitud, sino por ofrecer servicios sexuales en la vía pública.



Al mismo tiempo Barcelona se presenta cómo un lienzo multicolor en donde tienen lugar múltiples funciones y usos urbanos, a los que la ciudad tiene que dar respuesta y adaptarse continuamente. El aumento de los flujos migratorios, se suma al del turismo, al de los directivos que acuden a convenciones y recepciones, los estudiantes erasmus etc…, lo cuál impulsa la implantación de nuevas formas de gobernabilidad territorial adaptados a las nuevas movilidades. La necesidad por parte del consistorio barcelonés de intentar controlar y neutralizar ese cuerpo heterogéneo de vidas, culturas, tiempos y edades que fluctúan a lo largo y ancho de la arena urbana, le obliga a aplicar medidas amplias y ambiguas de intervención socioespacial.



Barcelona se erige como una ciudad juvenil, abierta y cosmopolita, que transmite cierta frescura e incluye por igual una atmósfera mediterránea, diseño modernista, ambiente en la calle, eventos urbanos etc…En ese esfuerzo hercúleo que tiene como finalidad competir con las distintas urbes europeas en la atracción y reproducción de flujos de capital, conocimientos, consumo e información, se encuentra en la encerrona donde –cómo rezaba un mítico graffiti pintado en la Avenida Paral.lel: “Promocionamos lo que prohibimos y prohibimos lo que promocionamos”. En este sentido se perfila la contradicción a la que constantemente se somete el ayuntamiento de la ciudad; el ejemplo del skate, o de los graffiti nos sirven para sacar a relucir claramente esta situación.





Barcelona es conocida internacionalmente en el mundo del skate por albergar un urbanismo de espacios abiertos como la Plaza de Universitat, o Plaza de les Ángels (MACBA), que supone el terreno ideal para la práctica de este deporte y atrae en verano a miles de peregrinos ansiosos por disfrutar de su tabla.



Lo mismo ocurre con los graffiti, a los que incluso se presenta en exposiciones que lo elevan a la categoría de arte oficial, y se realizan eventos y encuentros –muchos promocionados por el municipio- que cuentan con las experiencias de graffiteros venidos de distintas partes del mundo. Este caché urbano y cultural que ostenta Barcelona, lo capitaliza en imagen, es decir, en marketing urbano que le ayuda a reinventar continuamente la idea internacional que produce la marca Barcelona.



Es en este marco donde se intenta desesperadamente buscar un equilibrio entre la explotación del libre desarrollo de las subjetividades urbanas y el mantenimiento de su control, aplicando en ocasiones una gestión punitiva del espacio urbano. Es precisamente ese amplio abanico de formas de entender la vida, de presentarse en sociedad, lo que deviene materia prima fundamental de ese Life style del que hace gala Barcelona en las pasarelas urbanas de medio mundo.

jueves, 19 de febrero de 2009

Postfordismo y las 65 horas. Artículo publicado en el Setmanari La Directa en el mes de Diciembre del 2008

El 19 de diciembre se votará en el Parlamento Europeo la sonada directiva de las 65 horas, ante la incredulidad de gran parte de la población que en principio desecha la idea de su hipotética puesta en práctica. Un asunto que quizás no tiene la relevancia social y política que se merece, a lo que se suma un contexto de crisis global que sin duda no arroja luz de cara a mejorar la situación de los trabajadores y trabajadoras.

La razón de ser de esta directiva nace, por un lado, de la necesidad de moldear una mano de obra que tenga el menor índice de lastre posible a la hora de aceptar condiciones de flexibilidad, dinamismo y sumisión, virtudes que ya resultan imprescindibles para la producción postfordista. Deviene prioritario redibujar el mapa de los derechos laborales con una directiva donde la relación capital-trabajo se desregule, y como consecuencia los contratos adquieran un carácter puramente privado entre empresa y trabajador, borrando todo resto colectivo de la producción.

En segundo lugar la directiva se inscribe en un contexto con un claro tinte Neoliberal, que el capital europeo tiende a recrudecer al mercantilizar la gestión de los servicios públicos como la educación, la sanidad o los transportes. Sometiendo a la lógica del beneficio los últimos reductos vírgenes que forman parte del patrimonio común y colectivo de las personas, como también generando un fuerte impacto sobre grandes capas poblacionales a las que se dificulta su acceso a los bienes básicos
Tanto las 65 horas como la directiva de la vergüenza contra los migrantes, guardan entre sí una estrecha relación funcional al servir de tapadera jurídica con la que intentar controlar, dividir y constreñir a las multitudes contemporáneas equilibrando los flujos y tiempos del trabajo vivo.

Ambas actúan como una prótesis avanzada que mejora y otorga nuevos derechos al mando capitalista, que desesperadamente trata de someter a las subjetividades que ya no puede disciplinar, sino únicamente marcar los limites, neutralizar y controlar.
Dicho esto, no implica que de un día para el otro el escenario laboral mute por completo. Posiblemente se de un proceso gradual y heterogéneo, que poco a poco dibuje un mapa laboral europeo donde se llegue a naturalizar con el tiempo una realidad constituida como lineal y anacrónica, de igual manera que hoy día, la temporalidad es un ingrediente cotidiano para las nuevas generaciones.

Son los trabajadores emergentes, los que ya no disfrutan de convenios colectivos fordistas que garanticen cierta estabilidad, los que sufrirán de lleno la directiva al deshilacharse las mallas protectoras de las que disfrutaba el proletariado cuando vivía encerrado en la fábrica con el capital. Manteniendo la capacidad negociadora y de presión por convenios que, (sin animo de revocar tiempos pasados de manera gloriosa), si que aportaban cierta certidumbre de cara a poder planificar sus vidas.

* Seremos agentes libres nos dicen, que sin intermediario alguno tendremos que surcar las aguas del mercado sin más herramientas que poner en venta nuestras capacidades individuales, a expensas de lo que ofrezcamos sea lo suficientemente escaso para así lograr una relación contractual favorable. Pero en un mundo dominado por compradores (Capital), seremos muchos los que nos ahogaremos y nuestro oxígeno para sobrevivir viene envenenado al encontrarnos libremente coaccionados para aceptar jornadas y condiciones degradantes.

El Capital hegemoniza la falacia en la cuál el material de los ladrillos que edifican nuestras relaciones son individuales y privados, pero paradójicamente él mismo precisa para su funcionamiento parasitar nuestra producción construida colectivamente. En una sociedad como la nuestra donde la acumulación de capital tiende a residir dentro de un marco europeo, las luchas venideras y especialmente las que se libren contra las 65 horas deben enfrentarse en el campo de batalla donde se juega la realidad, que no es otro que Europa.

*Bifo “La fábrica de la infelicidad” Ed, Traficantes de sueños

Fascismo societal, vector de la sociedad de control. Publicado en el períodico quincenal Diagonal nº 75. 03/04/2008

Es posible que el fascismo sea un concepto a tomar en cuenta si queremos conocer mejor la genealogía de las sociedades del control en el capitalismo tardío. Sí, hoy está presente en nuestras vidas de manera constante y compartida, pero es un fascismo con diferencias frente al de antaño, por lo que lo llamaré ‘fascismo societal’ para resaltar que su presencia no pertenece tanto al campo político como al conjunto del cuerpo social. No precisa subyugar la legitimidad democrática hasta anularla para defender los intereses del capital, todo lo contrario, es generado, gestionado y presentado como valor racional, legítimo, necesario para el funcionamiento del orden establecido. En otras palabras, presenciamos un nuevo régimen de civilización.

Este nuevo fascismo, que a día de hoy es embrionario, comienza a articularse acorde con los requisitos necesarios para garantizar el total control de las poblaciones a nivel mundial, genera un seguimiento que no se preocupa tanto por disciplinar cuerpos y personas a través de las clásicas instituciones represivas, como por intentar establecer un sistema social totalitario que no aparente serlo y de esta forma dominar despóticamente sin tener que hacerlo. Un dispositivo de control interiorizado y defendido por el individuo como fuente de su identidad que comprende tantas alternativas y modos de concebir la vida como colores contiene una misma paleta.

Habitamos tiempos donde los cimientos que constituían la identidad, la manera de concebir el trabajo, las relaciones, la existencia misma, se diluyen dando paso a la vorágine postfordista que revitaliza la pobreza y la multiplicación de zonas entregadas al ostracismo absoluto desconectadas de la metrópolis, a la par que la industria se vuelca en los servicios avanzados de la economía global.

Los lazos se deshilachan pues el trabajo ya no cumple una función socializadora y catalizadora de la integración en la esfera ciudadana, al contrario, fragmenta, precariza y atomiza la vida social, la clase obrera sufre la desregulación simbólica, se extingue su unidad al sufrir la explotación y necesidades económicas de formas fenoménicamente distintas y dispares, por lo que resulta complicado encontrar un marco adecuado que aporte un significado compartido para desarrollar el viaje en común.

Obsesión securitaria

La hegemonía entendida como sometimiento de la mente global a la lógica capitalista desborda el campo verbal-discursivo para bucear por completo en el conjunto de relaciones sociales que articulan nuestra cultura (ahora en parte gramaticalizada por la imagen), reproduciendo sociabilidades que naturalizan una antropología unidimensional desde que nacemos, asimilando la realidad mercantilizada como constituida, lineal y anacrónica, sin albergar intención cognitiva y material de cambio.

Para sofocar inquietudes y calmar ansias, además de la obsesión securitaria, la sociedad de la abundancia nos ofrece un elixir a la carta para cualquier gusto, ideología, tendencia, moda, sueños o espíritus, todo se puede comprar, sentir la exclusiva y desecharlo como una mercancía cuando nos cansemos de ello.
Se hace uso de la comunicación como portavoz y creador de nuestro imaginario que recorre los flujos y conexiones comunicantes e interpela y mediatiza nuestras relaciones. Hoy la publicidad no se limita a vender un producto, va más allá, se solapa lo político, lo social y lo cultural bajo el barniz financiero creando un estilo de vida, una forma de ser y estar.

Nos comprime en un logo la proyección de cómo queremos vernos y que nos vean, nos define y nos sitúa sin que podamos oponer resistencia. Nada se puede enfrentar a la imagen, a la violencia visual, nuestra propia ontología se rige por la comunicación sirviéndose de nuestra subjetividad colectiva como materia prima de la que alimentarse, colocando a la vida misma en el epicentro de la esfera productiva, emergiendo así el biopoder que regula y administra la totalidad de las relaciones sociales.

Nueva legitimidad

El Estado reconfigura su legitimidad, erosionada en otros campos como el social y económico, para construirla en torno al securitario, centrándose en el desamparo personal, abandonando las protecciones sociales, gestionadas ahora de manera penal. Aquellos que no merecen estar, sobran o se escapen del perímetro establecido son inmediatamente convertidos en invitados privilegiados del sistema punitivo.

Éste se encarga de culpabilizar a los pobres por su miseria, divorciando por completo a la sociología del derecho, al individuo de la sociedad, utilizando dispositivos de control que condenan a las clases subalternas del proletariado urbano (jóvenes, inmigrantes, mendigos, etc.) a la relegación socioespacial en verdaderos vertederos sociales regidos por una jurisdicción hobbesiana que les separa de los aún incluidos en la esfera económico-social. Se sitúan inmersos en una superfluidad permanente, despojados de su condición de ejército reserva del trabajo, hostigados bajo la retención continua en categorías sociales percibidas como peligrosas y amenazantes para el resto de la población.

Población que, aterrada por la explosión simbólico-mediática en torno a las violencias urbanas y al terrorismo, ansía medidas instrumentales coercitivas contra aquellos que, tras la construcción de un consenso social y un rediseñamiento total de nuestras subjetividades individuales y colectivas, son designados como desechables, superfluos.
La disidencia, poco a poco, se traduce en términos policiales y criminales, en el sentido de que el margen que separa lo político de lo securitario se estrecha cada vez más, se restringe lo que se puede decir y hacer y lo que no.

En el caso del Estado español, la desobediencia se criminaliza por su supuesta relación con ETA o su “entorno”. Si hacemos un paralelismo con la teoría criminológica de “las ventanas rotas”, donde un grupo de jóvenes sentados en una escalera por la noche ya significa el primer paso en la escalada del delito, colgar una pancarta que trate sobre un tema socialmente sensible o denunciar públicamente a un cargo político por sus acciones e implicaciones deberían comenzarse a calibrar como un delito, de hecho en algunos casos ya está ocurriendo.

Las bandas de nazis surgen como acumulación de la sociabilidad capitalista (fascista) en una interpretación reaccionaria y frustrante tras el desierto social que provoca el postfordismo, culpando de la incertidumbre y del ansia al espejo perverso que refleja su miedo a ser desechado, el inmigrante, débil y vulnerable. A la extrema derecha hay que ganarle la calle, denunciar su existencia y lo que promueve, pero la hostilidad socializada y no la politizada se genera al cortar sus raíces y engendrar sociabilidades alternativas al fascismo societal, a la lógica individual y mercantil, erosionando al capital.

Visca Grungelona!. Publicado en el Setmanari la Directa nº 124. 28/01/2009

Barcelona es una ciudad que enamora, y es que está fabricada para que sea así. Es un objeto de recuerdos apasionantes y mediterráneos, de ambiente en la calle, pero también meca de la cultura y el diseño modernista, que perdurarán en la memoria de quien la visita. En Madrid cuando queremos hacer referencia a esa imagen de la Barcelona vanguardista, cosmopolita, abierta y de aspecto juvenil, la llamamos grungelona, es una palabra que define y concentra las cualidades más vendidas del proyecto Barna, (al menos dentro del significado que adquiere para nosotr@s el término grunge). Es la Barcelona a la que acuden tanto pseudos-bohemios, grupos de amig@s, hippies tirados, estudiantes y todo lo que informalmente aglutinamos como guiris, muchos guiris.

Resulta curioso observar como el proyecto político del municipio necesita hacer uso de muchas de la cualidades barcelonesas para generar demanda externa, y que paralelamente reprime y penaliza en su interior. La obsesión por monitorizar toda expresión en el espacio público, le lleva a la contradicción de tener que perseguir por un lado las conductas llamadas incívicas, pero al mismo tiempo necesita de su existencia para explotar todo ese trabajo social en beneficio económico y por lo tanto político.

El hotel Barceló -del Raval-, se erige afirmando que su mayor atractivo es “la mezcla de culturas que se da en el barrio”. Ratifica así, la forma en la que opera el mando Neoliberal al parasitar y recombinar, es decir explotar el saber social, las culturas, la existencia misma, que nace fruto de relaciones colectivas propias de las multitudes, (en este caso de la heterogeneidad inmigrante), y que no reciben nada a cambio por la producción que generan.

Los eventos culturales puramente urbanos que ofrece y acoge Barcelona, como campeonatos de skate, encuentro de graffiti, conciertos de música urbana etc…reinventan continuamente la pose cosmopolita y rebelde de la city. Incluso hay una obra echa con skates en el MACBA que se llama el “La muerte del patinador”, paradójicamente justo en la plaza donde l@s jóvenes lo practican ilegalmente y están expuestos a ser multados por la policía.

Todo este mosaico multicultural, necesita siempre ser administrado y controlado al ser una fuente esencial del régimen de acumulación postfordista. Por esa misma razón, debe hacer frente a la tendencia constante de una sociedad a escaparse más allá de los ángulos ciegos de las cámaras de video vigilancia, más allá de la dominación del mando.

El regalo envenenado de los JJOO del 92, hizo renacer a la ciudad de las cenizas tras su puesta a punto, la convirtió en un destino deseado y en un espejismo asentado un marco que decía equilibrar la cohesión con la universalidad, pero el tiempo manifiesta como el modelo se agrieta con los años.
La tan cacareada cohesión social deviene un estorbo en esa búsqueda titánica por hacerse un hueco y un nombre en el top ten de las metrópolis europeas. Cuando fragmentar y flexibilizar el mercado laboral, se convierte en un requisito fundamental si se quiere competir en primera división, se da origen a un proletariado urbano heterogéneo que deambula entre la desesperanza y la incertidumbre, de donde puede surgir lo mejor y lo peor.

Es por ello, que las metrópolis postfordistas son presentadas como grandes parques temáticos donde acumular vivencias inolvidables, en un escenario limpio y pulido que esconde los elementos indeseables. El surgimiento de los llamados trabajos atípicos y el nuevo ejercito de precarios e inmigrantes que ejecutan los empleos más descualificados son el fetichismo de la ciudad, las relaciones sociales que producen la mercancía Barcelona, pero que son ocultadas y en algunos casos criminalizadas y perseguidas.

Al igual que las postales de la Sagrada Familia donde no se ven las grúas, Barcelona, en sus folletos no dice que su buen nombre se sostiene sobre la exclusión, la precariedad y la fragmentación social, mejor prefieren quedarse únicamente con la otra cara de la moneda.

Espacio público y publicidad. Publicado en el periódico digital Elconfidencial.com el 23/01/2009

Cuando hablamos de espacio público no nos referimos (o al menos no únicamente), a un equipamiento deportivo o a un parque con columpios, por lo que tenemos que abarcar una visión integral del conjunto de la ciudad. Toda ella es el espacio público y midiendo el termómetro de sus calles, sus plazas y las maneras de relacionarse entre sus pobladores, podremos calibrar el estado de salud que goza su ciudadanía.

Consideramos un espacio público de calidad si reúne las condiciones de movilidad necesaria, si genera un espacio polivalente que ate e integre las tramas urbanas, que facilite el acceso y encuentro a las personas anónimas al incluir una composición social morfológicamente heterogénea. Igualmente debe contener los ingredientes culturales y populares para elaborar memoria compartida en torno a ellos, se precisan símbolos como referentes comunes que refuercen la autoestima colectiva.

Desde la filosofía política moderna siempre se ha percibido una distinción muy clara y delimitada entre los lugares comunes y los privados. Lo público, entendido como el lugar donde el individuo se expone socialmente para con el resto de conciudadanos, es el lugar de la política, de la acción colectiva y lo privado es lo relegado a los asuntos íntimos, de carácter más personal y casero.En nuestra sociedad contemporánea, en las metrópolis que habitamos, esta distinción tiende a desdibujarse y los límites parecen ya no encontrarse claramente definidos.

Se confunde cada vez más nuestros encuentros públicos en espacios privados y mercantiles, se comienza a intercalar la plaza y el parque por los centros comerciales, gimnasios. Clubs privados etc.., y lo que supuestamente formaba parte de nuestra intimidad se airea de la manera más pública que jamás hayamos pensado. Echemos un simple vistazo el emergente espacio virtual de la red, que dependiendo el caso (como en L.A), puede que su intercableado sea el encargado de tejer las relaciones humanas casi en su totalidad, o como en Europa, que supone una alternativa innovadora a la hora de relacionarse.

Ejemplos como el Facebook, Myspace coinciden en que la exposición pública de nuestra privacidad deviene un elemento fundamental para darnos a conocer, para ser admitidos, ser tomados en cuenta, no quedarnos fuera.Esta desregulación del espacio público en su conjunto constriñe por un lado la expresión política de las subjetividades disidentes, a través de las distintas ordenanzas municipales (Ej: Barcelona), como también las superfluas que no alcanzan los niveles de consumo requeridos para incluirse socialmente.
Al mismo tiempo y paralelamente abre espacios ilimitados a las tendencias dominantes del mercado y la publicidad, convirtiendo a la ciudad en una plataforma donde se generan constantemente procesos de acumulación de capital en el espacio público.

Lo que se nos vende

Para ilustrar la manera en la que opera esta lógica podemos tomar el ejemplo que nos ofrece Sociólogo Vicente Verdú, cuando nos habla del Capitalismo de ficción a la hora de analizar cómo se vende la cadena Starbucks. Lo importante no es tanto el café que ofertan, sino lograr introducirnos en una atmósfera envolvente que emula a las cafeterías de Viena y nos transmite la serenidad de un ambiente determinado. Área Wi-fi, clientes con portátiles y otros leyendo en los sillones, completan el decorado perfecto para reforzar la idea e imagen que caracteriza a la empresa.

La privatización del escenario urbano no implica simplemente un mero intercambio de dinero por una mercancía, es una relación que hunde sus raíces en los ganglios sociales, y es aquí donde reside una de las novedades principales del capitalismo cognitivo o informacional. La publicidad, como los locales, no vende un producto, sino que reproduce subjetividad. En otras palabras, nos ubican dentro de los canales del conocimiento, nos evalúan a la hora de posicionarnos en sociedad, nos vincula al éxito, al poder, al sexo, al status, reproduciendo a su vez nuevas relaciones sociales que darán nacimiento a otras ulteriormente.

Una subjetividad creada colectivamente a través de los distintos intercambios lingüísticos e informacionales entre la población, que resultan ser recombinados y decodificados por la empresa para finalmente otorgarle un valor económico. En términos marxianos sucedería que; Capital constante (Infraestructura que pone el capital) y Capital variable (los trabajadores), se fusionan cuando las relaciones de producción atraviesan a las relaciones sociales.

Futuros, a veces presentes

De aumentar el peso de los espacios privados de socialización normalizando la interacción humana dentro de los recintos cerrados, nos enfrentaríamos a lo que el Sociólogo francés Jean Braudillard bautizó como “hiperrealidad”. Esto sucede cuando la felicidad se encuentra en la simulación de la realidad, más que en la realidad misma; cuando preferimos la fotocopia inventada a la vida material. El supuesto de trasladar el afuera hacia adentro, reproduciendo espacios que integran todo tipo de gustos y servicios, desde guarderías, hasta pistas de nieve, eleva la tendencia hacia la mixofóbia, para con otros grupos sociales.

Esta dinámica se acrecienta cuando se pone el acento en la seguridad personal en detrimento de la colectiva. Se desea un mundo idílico entre “iguales”, protegidos por dispositivos de distinta índole (de seguridad, accesibilidad, exclusividad etc…), que filtran la composición social del espacio y garantizan tranquilidad al cliente. Lo que resta del espacio público se reduce gradualmente a las poblaciones precarias (jóvenes, migrantes, sin papeles), y todos aquellos que encuentran dificultades para acceder al consumo.

Pero el espacio público es históricamente también escenario de progreso, de conquista de derechos, de procesos de subversión metropolitana que por momentos rompen con la temporalidad dominante constituida como lineal e inalterable. Ejemplos actuales como el estallido en los suburbios franceses en el 2005, o la reciente revuelta griega ponen de manifiesto la innovadora metodología a través de la que operan los nuevos conflictos sociales. Estos ya no se focalizan alrededor de los centros de trabajo, sino que se expanden por todas las estrías de espacio público de manera difusa y descentralizada.

En la Sociedad de la Información producimos más allá de las ocho horas laborables, toda la vida en su gramática genera ideas, información, hábitos, intercambios etc.. En el momento en el que todo el cuerpo urbano se convierte en nuestro centro de trabajo y articula todas las facetas de nuestra vida en su conjunto, las protestas no se reducen a salarios ni un lugar en concreto, sino que funcionan como una espiral que fácilmente crece cualitativamente y alcanza a cuestionar la estructura sistémica al completo. Se transforman así en luchas biopolíticas.

La alarma social. Publicado en el periódico digital Elconfidencial.com el 29/12/2008

Con la entrada en la postmodernidad parece ser, como ya señaló el sciólogo alemán Ulrich Beck, que los riesgos a los que nos enfrentamos se multiplican y se tornan capilares a nuestras formas de vida. A los peligros ecológicos, los relacionados con la alimentación, flexibilidad laboral etc… se debe hacer ahora especial hincapié, sobre todo después del 11-S, a una creciente cultura de la emergencia, de percepción de una inseguridad constante sin rostro definido, difusa, y por lo tanto indisciplinable.

Asistimos en nuestro días a transformaciones radicales de nuestras formas de vida en su conjunto, por lo que cuando hablamos de una cultura de la emergencia nos referimos al devenir de numerosos conceptos (costumbres, valores etc..), que conforman toda una gramática, dando origen a un nuevo lienzo donde conviven las relaciones sociales.

Para poder comprender mejor la cultura de la inseguridad que recorre los flujos globales, y que en ocasiones asociamos como patrimonio exclusivo de la sociedad norteamericana, tomaremos un ejemplo de rabiosa actualidad, que además contiene los ingredientes idóneos tanto para ser analizados desde un prisma global, como metropolitano. Nos referimos a la repercusión social, mediática y política que ha tenido el ataque a una comisaría de Madrid, tras una manifestación en solidaridad con la revuelta griega.

Destaca en primer lugar el papel que cumplen los grandes medios de comunicación al rediseñar nuestros posicionamientos tanto individuales como colectivos a la hora de tratar ciertos acontecimientos. La percepción fabrica realidad, y por ende, cuando observamos los disturbios automáticamente lo analizamos a través del universo simbólico latente y hegemónico, en donde se vacía de contenido social y político , mostrándose únicamente como puro vandalismo donde desarraigados y frustrados sociales son portadores de una patología que les conduce a la violencia gratuita.

La preocupación pública estriba en magnificar el shock social que genera el ataque a unos cuerpos de seguridad teóricamente representantes de los valores democráticos y garantes de las libertades colectivas, y demoniza a quienes los cometen, justificando, o al menos mostrando indiferencia, con los métodos empleados por las fuerzas del orden al reducir a los manifestantes.

La indignación colectiva no alza la voz frente al uso ilegal de porras extensibles por parte de la policía, o no le preocupa observar como algunos de los detenidos son arrastrados entre cristales. En definitiva, se hace la vista gorda al posible abuso policial. Este escenario denota una erosión gradual del Estado de Derecho, así como una falta de higiene democrática por parte de una población que incorpora al sentido común actitudes y medidas cada vez más represivas y punitivas.

Paradójicamente se acentúa el carácter vandálico y apolítico del intento de asalto a la comisaría, pero se aplica la prisión incondicional sin fianza, y las peticiones de cárcel rondan los 9 años, medidas excepcionales que sin embargo parecen esconder razones políticas de fondo. La alarma social la genera los cristales rotos, pero no la negligencia de los mercados financieros, el paro, la precariedad y el riesgo de exclusión social. No sólo las medidas económicas se comparten en la Unión Europea, también los conflictos sociales amenazan ya con ser el próximo fantasma que recorra Europa.

Rap, lenguaje de las multitudes. Publicado en el periódico quincenal Diagonal nº 83. 03/09/2008

¿Por qué el rap sirve de lenguaje comunicativo y expresión entre las clases populares?



Esta música surgida en los barrios degradados de Nueva York, allá por los ‘80, emergió como vía de escape y protesta de los jóvenes negros, para años más tarde expandirse entre los desheredados de gran parte del planeta. Estos artistas de lo efímero aportan con la cultura del hip hop un vasto conocimiento social, tanto a través de las artes empleadas, como por el ingenio que desprenden sus actos de supervivencia.


Son virtuosos sin obra, necesitan de la presencia de otros para desarrollar su cultura; muchos de sus discos y canciones se diluyen al ritmo que surgen temas nuevos, sus graffitis duran hasta que las paredes son limpiadas o recubiertas por uno nuevo, y el crip walk, con sus increíbles juegos de piernas y manos, sólo es apreciable in situ, después desaparece.


Su cara más conocida y divulgada se centra en la exaltación de la violencia pandillera, la adoración del dinero y la vejación de las mujeres, es el llamado gangsta rap. Su razón de ser se marca en un contexto postindustrial, donde la retirada total del poco Estado social urbano y el aumento masivo del desempleo obligaron a los jóvenes a observar cómo funcionaban los mecanismos de relación capitalistas. De esta forma crearon su propia empresa en torno a las drogas, que les sirvió de sostén económico, a la par que la comunidad fue condenada a la violencia pandémica como consecuencia de los enfrentamientos entre bandas, dejando tras de sí un reguero continuo de muertos.


Si el soul nació en un contexto de opresión, pero encontró en el gueto un ‘estar en casa’ gracias a las distintas redes sociales que permitían a la población negra reconocerse como raza, como sujeto unido, el hipergueto del siglo XXI se rodea de soledad, ruptura y encarnación del capitalismo de calle más salvaje. El rap habla del miedo rutinario que implica el tedio de la vida, la desesperación enfrascada en la necesidad de transmitir que son duros frente a una realidad tétrica que asfixia sin pausa y consume la vida.


Pero existen momentos en los que la contradicción entre vivir en una posición apartada de toda inclusión social y el sueño americano al que todos aspiran estalla contra un sistema de control que les hace caer en el olvido. Arrasando y quemando toda estructura estable, mostrando su cara más nihilista y destructiva que sólo es equiparable a su desesperación y frustración existencial. Se desdibujan las diferencias que les enfrentan por ser de otra banda, o por ser chicanos o negros, agregando lo múltiple a la unidad, lo plural en lo singular, formando una verdadera multitud que apunta, a veces sin saberlo, al corazón del mando capitalista.


Renacen los colonizados de Franz Fanon en Los condenados de la tierra, que sólo a través de la violencia encuentran la llave para su liberación y saneamiento interno, volviendo a formar parte de algo, de un nosotros, reconociéndose de nuevo al correr juntos entre las llamaradas que alumbran las calles. El rap es el carruaje perfecto como expresión cultural de esa contradicción que supone la vida en el gueto, entre el dinero y el poder ansiado y la podredumbre de sus vidas.


Sumándose al legado que roció el reggae tras los ‘70 en África, Europa y EE UU, y de la contribución de todo el movimiento del nacionalismo negro, surgen proyectos que pretenden dar forma política a la rabia de los jóvenes de las zonas abandonadas. Los RBG (Revolutionary But Gangsta) compuestos por distintos grupos, entre los que destacan Dead Prez o Alikes, fusionan esa imagen de chungo de barrio con un contenido altamente revolucionario, idolatran las armas pero no para matarse entre ellos, sino aludiendo a aquellas patrullas de alarma policial que constituían las Panteras negras allá por los ‘70, cuyo fin era la protección de la comunidad frente a la invasión y vejación policial.



El artista y activista político que en los últimos años levanta más ampollas es un peruano afincado en Harlem que se hace llamar Inmortal Technique; el mejor ejemplo de que puede surgir buen rap de abajo, bien duro y violento, pero concienciado y político, enfrentado constantemente a la lógica individual y mercantil que ilusiona a muchos jóvenes del gueto, cuya imagen de ‘artista’ se refleja en individuos como 50 cent.


Rap y metrópolis son elementos indisociables que junto a la hermandad que les une al new roots y dancehall jamaicanos, con artistas como Bounty Killa y Sizzla, constituyen la voz del gueto, de los sufridores, reproduciendo a las poblaciones esclavizadas de antaño cuyo canal de expresión pública se reducía a la música, síntoma de que se encontraban vivos y así no caían en el olvido. En 2008 nos encontramos con las mismas necesidades: para algunos la vida no ha mejorado mucho.

HIP HOP GLOBAL



En un mundo globalizado el rap traduce la vivencia de los más desgraciados y olvidados constituyendo un pilar en la identidad de los jóvenes urbanos. Allá donde existe la densidad de la metrópolis surge esta cultura urbana adaptada en cada caso a los márgenes coyunturales de su realidad nacional. El rap en francés adquiere una imagen y un estilo propio entre los jóvenes de las banlieues claramente diferenciada del modelo de East Coast o West Coast, pero expresa sentimientos similares. En África se extiende como la pólvora: ya sea en Kenia, Sudáfrica o Ghana, los jóvenes deciden hacer suya esta cultura, yendo desde el modelo más americano, como se da en Sudáfrica con grupos como Prophets of da city, hasta la hibridación con elementos africanistas como el swahili hip hop de X Plastaz, originarios de Tanzania.