jueves, 29 de julio de 2010

La Huelga del 29S como oportunidad. Publicado en la Directa nº 194

El 29 de Septiembre hay convocada una huelga general en todo el Estado Español. De todos es conocido el papel nefasto que han desarrollado las grandes centrales sindicales a la hora de defender los derechos de los trabajadores. Pero ahora la suerte está echada y toca mover ficha. Los movimientos no pueden resignarse a pendular entre la inercia de secundar la huelga o convertirla en un ocasión marginal de atacar frontalmente a los sindicatos. Pensar en clave revolucionaria hoy día, significa leer la potencia de los nuevos actores que sostienen la producción postfordista.

Las jornadas de lucha venideras en Europa presentan un campo de batalla incierto; hasta ahora las fuerzas se concentran en tratar de defender los derechos consolidados antaño. Un punto de partida que cristaliza en sí mismo la pérdida de influencia de la izquierda no patronal en la distribución de la correlación de fuerzas; entre quienes apuestan por socializar la riqueza y los que la privatizan.

Son las composiciones de clase más interesantes e innovadoras las que deben ser foco principal de nuestra atención. Por varias razones, en primer lugar porque entre ese 85% de trabajadores que en Barcelona componen el sector servicios se encuentra el espectro del precariado: contratos tiempo parcial, obra y servicio, de temporada, sin contrato o pendientes de un hilo. Todo ese abanico de formas de explotación que no encajan en modelo estructural de un sindicalismo objetivado en la defensa del trabajo fordista, En la identidad forjada alrededor de éste con el empleado fijo, la familia nuclear y el hombre blanco como referencia.

Las narraciones de vida lineales, las metas a largo plazo y el horizonte fijado de antemano, pasan a ser coyunturas de un tiempo pasado que aunque todavía pervive, se encuentra en vías de extinción.
Todos los discursos en defensa del trabajo, en pos de aumentar la productividad son contradictorios en sus términos, dado que el paro se vuelve estructural y la productividad no viene únicamente dada por el marco de la jornada laboral. El trabajo –empleo más bien- pasará a ser una base miserable de la producción, diría Marx. La ciencia, es decir, el conocimiento son ahora al mismo tiempo materia prima de la creación de valor y resorte de las multitudes para cortocircuitar al mando capitalista.

Los trabajadores de servicios públicos como los del metro de Madrid o los conductores de bus en Barcelona, son quienes de entre todas las ramas productivas, destacan más en su labor por la defensa de los derechos. Es así, porque todavía retienen signos de comunidad propia de la estructura de trabajo fordista. Aun perviven ciertas formas del organigrama de la estabilidad y la certidumbre que les permiten hacer uso de las estrategias de acción colectiva pensadas para una base material de la sociedad donde ellos hoy, son los últimos mohicanos. Dado que su centralidad histórica a la hora de golpear con fuerza las contradicciones del capital pierde fuelle, habrá que redibujar el paisaje del antagonismo.

El resto, enfrentados al desierto de lo real desde hace ya tiempo, comienzan a ser mayoría y lo que es más importante, pasan a ser centrales por la importancia que adquiere el conocimiento en todas sus variantes laborales. En resumen las nuevas composiciones del trabajo vendrían a esquematizarse de la siguiente manera:

El trabajo cognitivo es desarrollado por aquellos sectores que personifican la tendencia puntera de la acumulación en el neocapitalismo. Implican directamente en el proceso de trabajo las facultades de la creatividad y la innovación: becarios, profesoras, software, publicidad etc…En otro aspecto están los trabajadores mentales, divididos a su vez en dos variantes: Los chain workers – trabajadores de la cadena del conocimiento, como cajeros o reponedores, y los brain workers – el sector de los cuidados, la atención al público, el trato de la atención-.

Todas ellas son categorías atravesadas por la precariedad y la incertidumbre en mayor o menor medida. Desde el profesor asociado hasta quien sirve hamburguesas, pasando por la trabajadora sexual, el gestor de clientes o la señora que cuida ancianos, tienen en común que sus facultades humanas y sociales son puestas a trabajar para la economía.

Este es uno de tantos retos a los que nos enfrentamos –ahí queda la necesidad de buscar la distribución de la renta y no del trabajo, la desobediencia, el decrecimiento-, conseguir incluir en los procesos contestatarios a toda una nueva amalgama de explotados y explotadas. Sólo en la subjetividad de la lucha, la clase puede llamarse tal cosa.

miércoles, 21 de julio de 2010

EL DESEO DE LOS AFECTOS, LA ILUSIÓN DE LA REVOLUCIÓN

Hablar de la relación entre los afectos y la producción económica, es en primer lugar cuestionar la separación entre estructura y superestructura, entendida esta última como el resultado mecánico de un modo de relaciones económicas específicas. La cultura y los valores no vienen ya dados como consecuencia de la producción económica, más bien, se entrelazan, colocando al conocimiento y lo cultural como motor de acumulación en el capital postfordista. Es aqui donde las lecturas sobre la feminización del trabajo cobran verdadero valor y no sólo porque cuantitativamente las mujeres compongan gran parte de la actual fuerza de trabajo. De ser únicamente así, estaríamos omitiendo a todas aquellas trabajadoras que históricamente han cubierto las fábricas, sobretodo en tiempos de guerra, - aunque no sólo-. Como también la división sexual del trabajo que condenaba al ostracismo su papel doméstico, tan crucial para la reproducción de capital en la sociedad fábrica, hoy parcialmente sustituido por mujeres migrantes.

En nuestros tiempos postmodernos el giro coperniquiano se traduce a un nivel cualitativo, es decir, de modificación en la calidad misma de la composición técnica de la fuerza de trabajo, donde las mujeres y las características atribuidas a la feminidad son parte importante tanto en la producción como reproducción capitalista. Poner el acento en la atención personalizada, en la movilización de la mente impulsada por estímulos propios del deseo y no en la ontología de la necesidad, o en la comunicación como pilar de la actividad productiva, es referirse a la mujer. El poema de Mario Benedetti "los afectos", nos da algunas pautas de lo que perfectamente podría ser el eslogan de una consultoria o un outsourcing: " que la mayor puerta es el afecto, que los afectos nos definen".

De la misma forma que la política de partido precisa subsumirse al repertorio de acción colectiva de la política de movimiento para intentar mantener su presencia política, el capital hace lo propio con la feminidad. El capital heteropatriarcal precisa nutrirse de los campos de la diferencia y la multiplicidad con el objetivo de perpetuar el mando monolingüe del régimen de mercado. El valor de los afectos y los cuidados encarnados principalmente por las mujeres dejan coja a la economía política, incapaz de computar riqueza más allá del resultado del trabajo objetivado en un producto tangible. Comerciar con sonrisas, cariño o deseo sexual se coloca en las antípodas de toda una tradición industrial, que como afirmaba Edward Thompson, marginaba de la producción todo placer y comunicación. De ninguna manera debemos preconcebir a dichas características laborale una acepción positiva y en ausencia de dominación.

El desarrollo tecnológico no se extiende de manera universal y la producción adopta la forma de manchas de leopardo y no la de un manto homogéneo. Las relaciones de explotación más olvidadas vuelven a tomar vida, combinándose con las más innovadoras; desde las maquiladoras de México y los almacénes de Los Ángeles a la dependienta de una tienda de ropa en Barcelona. Las primeras, sometidas a un régimen productivo premoderno e incluso prefeudal al no existir siquiera un contrato entre vasallo y señor, son la cara más amarga de la explotación del deseo y las emociones que sustentan el capital cognitivo. Las segundas escenifican el espejismo juvenil, sexual y dinámico que vende sensaciones y deforma y reconfigura los mismos puntos de partida que podrían dar lugar a realidades liberadoras, en la base material del capital en las sociedades postindustriales.

Este es el peligro al que se enfrentan las prácticas queer; en convertirse en nuevos nichos -y recursos productivos -, de mercado. Es decir, en una de tantas diferencias que cuentan con sus propias cuotas de consumo y realización de mundos propios. Cualquier tendencia es potencialmente productiva, ya sean las aspiraciones revolucionarias# o las ecologistas, como demuestra la publicidad de la empresa de neumáticos "Good Year", en su recombinación mercantíl

http://www.youtube.com/watch?v=lguLF9owKag&feature=PlayList&p=A5C8ECB4114C587A&playnext_from=PL&playnext=1&index=47.

Es la subsunción real del trabajo en el capital como anunciaba Marx, la no exterioridad de las relaciones de producción que cubre como un epitelio nuestras relaciones sociales más cotidianas e ilusiones más radicales.


# La publicidad suele oscilar entre la venta de sexo y la revolución, como reclamo al consumidor post68. Ejemplos como las zapatillas nike con lemas como "be the revolution of you", cepillos de dientes "power to the people", Europa FM "inconformista, rebelde" etc...Nos muestran hasta que punto el deseo queda huero de toda coherencia para ser simplemente un estímulo más, que llena de plenitud temporal pero no de felicidad, al individuo que dependiendo de sus recursos económicos subjetivos disfruta de su democracia de consumo

viernes, 2 de julio de 2010

Detrás del Burka. Publicado en el semanario la Directa 02/07/2010

Las leyes anti burka son a la emancipación y dignidad de la mujer, lo que la guerra de Iraq y Afganistán a la democracia y libertad; una farsa donde lo último que se discute es de la situación de los sujetos aludidos. Ambos casos juegan a entablar un monólogo, que de tanto repetirse termina por calar entre la población. Apelan a los que el filósofo Slavov Zizek entiende como la deformación de lo que en un principio, en su origen, se expresa como un sentimiento onírico latente legítimo. Es la masilla de toda ideología; tomar prestado pedazos de relato humanamente defendibles situados más allá de lo político –como es la dignidad de la mujer-, para después universalizar su significado desde la postura que se considere oportuno.

El sentido común de época del que hablaba Gramsci, aquel que otorga una ubicación general a las tendencias de un tiempo histórico concreto, a día de hoy en Europa dan la razón a la derecha. Precisamente, el fundamentalismo islámico actual nace como resultado del proceso global de la economía de mercado. Afganistán, inspiración de todas las justificaciones teóricas y prácticas del control, lejos de ser un producto del pasado, es más bien la última creación del capitalismo tardío. Cincuenta años empujándoles a abrazar el fundamentalismo con tal de ganar la guerra fría, hicieron de un país con altos índices de laicidad, la nueva máquina de generar consenso internacional.


Los nuevos cruzados, escudándose en la lucha y dignidad de las mujeres legislan normas que exceden dicho propósito e intención, para así justificar un discurso que viene tomado fuerza en los últimos quince años: la paranoia de la seguridad y el choque de civilizaciones como protagonista de las preocupaciones mundanas. No es casualidad que los mismos sectores que defienden a ultranza la financiación de la iglesia católica, a colegios del opus-dei, los que enarbolan la bandera de España a favor de la familia, contra el aborto, o la LOE –entre otras-, se conviertan ahora en los paladines del feminismo y el laicismo.
Tampoco es de extrañar; la derecha nunca ha tenido problemas en adoptar esa forma oportunista cuando la coyuntura política lo demanda; ahí está el fascismo de entreguerras. Lo relevante es, que la socialdemocracia tras treinta años soltando lastre y acercando –más bien mimetizando- posturas con la deriva neoliberal, oscila entre la promoción de las medidas, o la resignación total y la falta de ideas.


Si la imaginación al poder se encuentra en una publicidad de zapatillas y la revolución en un cepillo de dientes, toda la tradición feminista y laica puede tener como abanderada a la derecha postfranquista. Suena ridículo pero real al mismo tiempo. En este baile de máscaras donde la ignorancia juega como titular y la memoria se relega al olvido, cualquiera puede presentarse como defensor de las causas más nobles y apropiarse de logros, a los que en su momento, pusieron piedras en el camino.

Cuantitativamente las mujeres que en el Estado español hacen uso de dichas prendas –al menos en Barcelona-, es anecdótico, por no decir ridículo. Entonces, ¿por qué tanto alboroto?, ¿por qué tanto altruismo y caridad con las mujeres musulmanas? Principalmente porque aprovecha el tirón de la ideología securitaria global, que acusa al Islam de los males de la postmodernidad y hace todo lo posible para que éste acabe siendo como dicen representarlo; y esa es una baza política considerable. Es la profecía autocumplida.

Pero también ayuda la idea de gestionar simbólicamente el malestar de la crisis en clave de generar islamofóbia, dado que es más llevadero que hacerlo en términos socioeconómicos.
Los promotores de estas mociones, atienden a una agenda muy distinta a la del feminismo o el laicismo, más bien van a rebufo de lo que ya es la cruzada del siglo XXI, contra todo lo musulmán, como también lo es contra el binomio construido inmigrante-delincuente o los beneficiarios de ayudas sociales. El futuro llegó hace rato.