Jorge Moruno Danzi / Activista y sociólogo
Viernes 28 de mayo de 2010. Número 127 Diagonal
La batería de medidas que anuncia el Gobierno para afrontar la crisis, muestra a carne viva, como la letra escarlata, la verdadera naturaleza del mando capitalista. Una vez más y a remolque del ejemplo Griego, los ajustes que reflotan al capitalismo recaen sobre las espaldas de los de abajo. “Un paso lógico ante la presión de los mercados”, afirma Almunia, “¿por qué no lo hiciste antes?”, acusa Rajoy.
Por otro lado, parece ser que sólo cuando se atacan los convenios y las formas de trabajo en vías de extinción, se activa el resorte de la indignación. Los sindicatos podrían llegar a poner toda la carne en el asador, para defender –ahora sí-, los derechos sociales y laborales del segmento social al que representan.
Pero nada de esto sucede cuando la rutina de la no rutina de la precariedad, lleva haciendo mella desde hace 30 años entre la población. La emergencia de un nuevo sujeto social hiperexplotado, forjado por las más variopintas expresiones: la cajera, el top manta, la teleoperadora, el latero, el del Burguer King, el oficinista, la becaria, etc…, no interpreta como suyas las prerrogativas de las centrales sindicales, ni acude a su llamada, porque se siente excluido de su representación. Hablar de trabajo precario, es hablar de todos aquellos que ven recortados sus derechos, que sufren el paro, los contratos parciales, los basura o la ausencia de ellos. Los sometidos a unas relaciones laborales serviles expuestos a la tiranía de RRHH, a la subcontrata y a la intermitencia como norma. Huérfanos de las políticas de Estado y del calor de los grandes sindicatos, constatan que los índices de afiliación sindical disminuyen a medida que aumentan las tasas de precariedad y temporalidad. El perfil de joven, mujer, inmigrante, se suman a los hombres, haciendo más compleja la identidad de un sujeto lineal y homogéneo.
El mapa de las relaciones de explotación ha mutado literalmente, dando origen a múltiples y variadas formas de presentarse la relación capital-trabajo, que escapan de la lógica sindical. Marx, anticipándose a su época identificó en el proletariado el sujeto histórico que, dentro de los explotados, aun no siendo el más numeroso, era el mejor posicionado para afrontar la emancipación de los de abajo frente al capital.
Más tarde, como bien subrayó la corriente teórica de la autonomía obrera italiana, el estudio de la composición técnica de la clase es fundamental. Saber como se expresa el trabajo, determina su capacidad y papel en la acción política. Los métodos, las herramientas, los tiempos y relaciones que hace suya la fuerza de trabajo para desarrollar su actividad laboral, sientan las bases de su potencialidad transformadora.
La clase obrera no es un collage de imágenes y estéticas estereotipadas elevadas al mito, más bien, viene dada por unas relaciones específicas de explotación, de formas de producción. Incapaces de ver nuestro presente, nuestra propia biografía incluso, seguimos obcecados en el imaginario de obrero lleno de grasa, llave inglesa en mano. No significa que el obrero –en las economías avanzadas claro-, no ocupe su lugar en la multitud, simplemente que éste, no será más el de la centralidad. El proletariado del siglo XXI arrastra algunos de los males pasados, se libera de otros, e incorpora los contemporáneos. Debe saber abandonar las ilusiones nostálgicas y corresponder ésta perdida de centralidad obrera, con el nacimiento de nuevas instituciones del movimiento.
Esta por ver hasta que punto tendrán lugar las movilizaciones anunciadas por los sindicatos y que repercusión alcanzan. Pero lo más interesante será observar, si los y las precarias se contagian, se organizan y cambian las reglas del juego.
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