Ahora que se escuchan cantos a la recuperación económica y salida de la crisis –con el Estado Español a la cola y estancado dada la insistencia en un modelo productivo basado en el ladrillo y el turismo-, podemos volver a plantearnos cuestiones que con la hegemonía mediática de la crisis habían quedado tras el telón. Salir de la crisis significaría volver a un clima de normalidad económica, interpretado como un verdadero alivio que aparentemente nos tranquiliza a todos. Es el resultado de un juego perverso que frente al alud del paro masivo y el aumento de las deslocalizaciones, la inversión de las empresas y el aumento de beneficio se traduce en la posibilidad de vuelta al trabajo, y por lo tanto se comprende como una buena noticia para la población. Pero lo cierto es que esta tesitura parte de la elección entre una catástrofe de amplitud escatológica o la certeza de la precariedad y la temporalidad. Así, encontrar un trabajo por muy devaluado y descualificado que sea, alcanza el rango de casi un privilegio; al menos tienes curro!!
La izquierda – y también la antagonista-, reproducen los mismos marcos conceptuales al no albergar alternativa a la lógica del pleno empleo, a sacralizar el culto al salario y el trabajo seguro. Seguir apoyándose en esquemas caducos que responden a tiempos cuando el trabajo vivo –es decir los que nos constituimos como explotados-, se presentaban como un excedente para el capital, es una carrera perdida. Hoy día la tendencia se da a la inversa, nosotros somos ahora la carencia y sobramos para los planes del capital, que gracias a la revolución tecnológica se da la licencia de prescindir de una parte de la fuerza de trabajo, y la incluida es hiperexplotada.
Por eso el círculo de inclusión ciudadana a través del empleo se encuentra en crisis cuando el salario ahora fragmentado e intermitente no garantiza la certidumbre, y la exclusión social acecha de cerca.
En esta coyuntura la gramática política de la modernidad se cae a pedazos y con ella el modelo de representación sindical, que refugiados en defender las condiciones y convenios laborales del clásico trabajador industrial y fordista, se muestran incapaces de articular mecanismos de representación con la generación precaria.
Es posible que la alternativa a seguir sea el viejo fundamento comunista; despojarse de la alienación del trabajo hasta acabar aboliéndolo. La lógica es la de superar el tripalium –tortura-trabajo-, y no concebirlo más como un bien conquistado, sino como un lastre, debemos romper con su ética. Es la mejor forma de empezar ayudar a los millones de parados, al 65% de trabajadores que no cobran más de 1000 euros, al 31% de precariedad en el Estado Español.
Reapropiarse de lo que es nuestro, de lo que nos es común puede empezar a plantearse en la reivindicación de una renta básica que reinvente algo nuevo entre el trabajo seguro, alienante y rutinario, y la incertidumbre y la flexibilidad Neoliberal. En el derecho al transporte gratuito y la libre movilidad de las personas, el software libre, el copyleft, y en volcar trabajo sobre las máquinas. En contra de las patentes y derechos de autor que condicionan nuestra salud –farmacéuticas-, alimentos –semillas, Monsanto-, cultura –Sgae-, educación –Bolonia, mercantilización del conocimiento-, a expensas del vaivén de los índices bursátiles.
Salir de la crisis no harán más humanas las relaciones capitalistas, siempre en continua expansión y crecimiento exponencial. Incluso en época de bonanza económica – de 1995 al 2005-bajo el mandato del PP, el salario medio cayó un 5%, lo que demuestra que ya estábamos en crisis antes, y lo seguiremos estando después. Abandonar los parámetros impuestos por la lógica esquizofrénica del mando capitalista, pasa por cambiar el tablero de juego y elegir nuevas fichas para poder enfrentar a las relaciones de dominación, más basadas ahora en cercar la abundancia de la riqueza que en la gestión de su escasez.
Volver al pasado no es posible ni deseable, construir nuevas categorías y prácticas políticas para el presente es la tarea del siglo XXI.
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