Las leyes anti burka son a la emancipación y dignidad de la mujer, lo que la guerra de Iraq y Afganistán a la democracia y libertad; una farsa donde lo último que se discute es de la situación de los sujetos aludidos. Ambos casos juegan a entablar un monólogo, que de tanto repetirse termina por calar entre la población. Apelan a los que el filósofo Slavov Zizek entiende como la deformación de lo que en un principio, en su origen, se expresa como un sentimiento onírico latente legítimo. Es la masilla de toda ideología; tomar prestado pedazos de relato humanamente defendibles situados más allá de lo político –como es la dignidad de la mujer-, para después universalizar su significado desde la postura que se considere oportuno.
El sentido común de época del que hablaba Gramsci, aquel que otorga una ubicación general a las tendencias de un tiempo histórico concreto, a día de hoy en Europa dan la razón a la derecha. Precisamente, el fundamentalismo islámico actual nace como resultado del proceso global de la economía de mercado. Afganistán, inspiración de todas las justificaciones teóricas y prácticas del control, lejos de ser un producto del pasado, es más bien la última creación del capitalismo tardío. Cincuenta años empujándoles a abrazar el fundamentalismo con tal de ganar la guerra fría, hicieron de un país con altos índices de laicidad, la nueva máquina de generar consenso internacional.
Los nuevos cruzados, escudándose en la lucha y dignidad de las mujeres legislan normas que exceden dicho propósito e intención, para así justificar un discurso que viene tomado fuerza en los últimos quince años: la paranoia de la seguridad y el choque de civilizaciones como protagonista de las preocupaciones mundanas. No es casualidad que los mismos sectores que defienden a ultranza la financiación de la iglesia católica, a colegios del opus-dei, los que enarbolan la bandera de España a favor de la familia, contra el aborto, o la LOE –entre otras-, se conviertan ahora en los paladines del feminismo y el laicismo.
Tampoco es de extrañar; la derecha nunca ha tenido problemas en adoptar esa forma oportunista cuando la coyuntura política lo demanda; ahí está el fascismo de entreguerras. Lo relevante es, que la socialdemocracia tras treinta años soltando lastre y acercando –más bien mimetizando- posturas con la deriva neoliberal, oscila entre la promoción de las medidas, o la resignación total y la falta de ideas.
Si la imaginación al poder se encuentra en una publicidad de zapatillas y la revolución en un cepillo de dientes, toda la tradición feminista y laica puede tener como abanderada a la derecha postfranquista. Suena ridículo pero real al mismo tiempo. En este baile de máscaras donde la ignorancia juega como titular y la memoria se relega al olvido, cualquiera puede presentarse como defensor de las causas más nobles y apropiarse de logros, a los que en su momento, pusieron piedras en el camino.
Cuantitativamente las mujeres que en el Estado español hacen uso de dichas prendas –al menos en Barcelona-, es anecdótico, por no decir ridículo. Entonces, ¿por qué tanto alboroto?, ¿por qué tanto altruismo y caridad con las mujeres musulmanas? Principalmente porque aprovecha el tirón de la ideología securitaria global, que acusa al Islam de los males de la postmodernidad y hace todo lo posible para que éste acabe siendo como dicen representarlo; y esa es una baza política considerable. Es la profecía autocumplida.
Pero también ayuda la idea de gestionar simbólicamente el malestar de la crisis en clave de generar islamofóbia, dado que es más llevadero que hacerlo en términos socioeconómicos.
Los promotores de estas mociones, atienden a una agenda muy distinta a la del feminismo o el laicismo, más bien van a rebufo de lo que ya es la cruzada del siglo XXI, contra todo lo musulmán, como también lo es contra el binomio construido inmigrante-delincuente o los beneficiarios de ayudas sociales. El futuro llegó hace rato.
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