El 29 de Septiembre hay convocada una huelga general en todo el Estado Español. De todos es conocido el papel nefasto que han desarrollado las grandes centrales sindicales a la hora de defender los derechos de los trabajadores. Pero ahora la suerte está echada y toca mover ficha. Los movimientos no pueden resignarse a pendular entre la inercia de secundar la huelga o convertirla en un ocasión marginal de atacar frontalmente a los sindicatos. Pensar en clave revolucionaria hoy día, significa leer la potencia de los nuevos actores que sostienen la producción postfordista.
Las jornadas de lucha venideras en Europa presentan un campo de batalla incierto; hasta ahora las fuerzas se concentran en tratar de defender los derechos consolidados antaño. Un punto de partida que cristaliza en sí mismo la pérdida de influencia de la izquierda no patronal en la distribución de la correlación de fuerzas; entre quienes apuestan por socializar la riqueza y los que la privatizan.
Son las composiciones de clase más interesantes e innovadoras las que deben ser foco principal de nuestra atención. Por varias razones, en primer lugar porque entre ese 85% de trabajadores que en Barcelona componen el sector servicios se encuentra el espectro del precariado: contratos tiempo parcial, obra y servicio, de temporada, sin contrato o pendientes de un hilo. Todo ese abanico de formas de explotación que no encajan en modelo estructural de un sindicalismo objetivado en la defensa del trabajo fordista, En la identidad forjada alrededor de éste con el empleado fijo, la familia nuclear y el hombre blanco como referencia.
Las narraciones de vida lineales, las metas a largo plazo y el horizonte fijado de antemano, pasan a ser coyunturas de un tiempo pasado que aunque todavía pervive, se encuentra en vías de extinción.
Todos los discursos en defensa del trabajo, en pos de aumentar la productividad son contradictorios en sus términos, dado que el paro se vuelve estructural y la productividad no viene únicamente dada por el marco de la jornada laboral. El trabajo –empleo más bien- pasará a ser una base miserable de la producción, diría Marx. La ciencia, es decir, el conocimiento son ahora al mismo tiempo materia prima de la creación de valor y resorte de las multitudes para cortocircuitar al mando capitalista.
Los trabajadores de servicios públicos como los del metro de Madrid o los conductores de bus en Barcelona, son quienes de entre todas las ramas productivas, destacan más en su labor por la defensa de los derechos. Es así, porque todavía retienen signos de comunidad propia de la estructura de trabajo fordista. Aun perviven ciertas formas del organigrama de la estabilidad y la certidumbre que les permiten hacer uso de las estrategias de acción colectiva pensadas para una base material de la sociedad donde ellos hoy, son los últimos mohicanos. Dado que su centralidad histórica a la hora de golpear con fuerza las contradicciones del capital pierde fuelle, habrá que redibujar el paisaje del antagonismo.
El resto, enfrentados al desierto de lo real desde hace ya tiempo, comienzan a ser mayoría y lo que es más importante, pasan a ser centrales por la importancia que adquiere el conocimiento en todas sus variantes laborales. En resumen las nuevas composiciones del trabajo vendrían a esquematizarse de la siguiente manera:
El trabajo cognitivo es desarrollado por aquellos sectores que personifican la tendencia puntera de la acumulación en el neocapitalismo. Implican directamente en el proceso de trabajo las facultades de la creatividad y la innovación: becarios, profesoras, software, publicidad etc…En otro aspecto están los trabajadores mentales, divididos a su vez en dos variantes: Los chain workers – trabajadores de la cadena del conocimiento, como cajeros o reponedores, y los brain workers – el sector de los cuidados, la atención al público, el trato de la atención-.
Todas ellas son categorías atravesadas por la precariedad y la incertidumbre en mayor o menor medida. Desde el profesor asociado hasta quien sirve hamburguesas, pasando por la trabajadora sexual, el gestor de clientes o la señora que cuida ancianos, tienen en común que sus facultades humanas y sociales son puestas a trabajar para la economía.
Este es uno de tantos retos a los que nos enfrentamos –ahí queda la necesidad de buscar la distribución de la renta y no del trabajo, la desobediencia, el decrecimiento-, conseguir incluir en los procesos contestatarios a toda una nueva amalgama de explotados y explotadas. Sólo en la subjetividad de la lucha, la clase puede llamarse tal cosa.
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