La ordenanza cívica de Barcelona aprobada hace ya más de tres años para garantizar la convivencia en el espacio público sigue todavía hoy generando polémica, tanto por la cantidad de sanciones que contempla como por la calidad de las mismas. Recordemos que dicha ordenanza abarca desde la prostitución, hasta la mendicidad, pasando por la práctica del skate, los graffiti, e incluso orinar en la vía pública, pero ¿qué razones impulsan al ayuntamiento a tomar este tipo de medidas sancionadoras, y que consecuencias sociales arrastra? Pasemos a destacar algunos de sus rasgos más relevantes.
Una de las problemáticas más acusadas que presenta la implantación de la ordenanza es la tendencia de algunos de sus apartados, que parecen criminalizar y penalizar actitudes e incluso la mera presencia de algunas personas en la vía pública. En el caso de los lateros o el top manta, el peso de la ley recae sobre aquellos que representan el eslabón más débil de una cadena, donde además de encontrarse en una condición de vulnerabilidad social, se amplifican sus dificultades cuando pasan a ser protagonistas de las prácticas incívicas.
Asimismo, algunos de los artículos de la ordenanza aluden a expresiones públicas que devienen la esencia misma de la persona infractora, como por ejemplo, las trabajadoras sexuales y la mendicidad. El hecho mismo de ser un sin techo conlleva actuaciones como dormir en la calle o usar fuentes para limpiarse, así como las chicas que son calificadas de incívicas no por mantener una actitud, sino por ofrecer servicios sexuales en la vía pública.
Al mismo tiempo Barcelona se presenta cómo un lienzo multicolor en donde tienen lugar múltiples funciones y usos urbanos, a los que la ciudad tiene que dar respuesta y adaptarse continuamente. El aumento de los flujos migratorios, se suma al del turismo, al de los directivos que acuden a convenciones y recepciones, los estudiantes erasmus etc…, lo cuál impulsa la implantación de nuevas formas de gobernabilidad territorial adaptados a las nuevas movilidades. La necesidad por parte del consistorio barcelonés de intentar controlar y neutralizar ese cuerpo heterogéneo de vidas, culturas, tiempos y edades que fluctúan a lo largo y ancho de la arena urbana, le obliga a aplicar medidas amplias y ambiguas de intervención socioespacial.
Barcelona se erige como una ciudad juvenil, abierta y cosmopolita, que transmite cierta frescura e incluye por igual una atmósfera mediterránea, diseño modernista, ambiente en la calle, eventos urbanos etc…En ese esfuerzo hercúleo que tiene como finalidad competir con las distintas urbes europeas en la atracción y reproducción de flujos de capital, conocimientos, consumo e información, se encuentra en la encerrona donde –cómo rezaba un mítico graffiti pintado en la Avenida Paral.lel: “Promocionamos lo que prohibimos y prohibimos lo que promocionamos”. En este sentido se perfila la contradicción a la que constantemente se somete el ayuntamiento de la ciudad; el ejemplo del skate, o de los graffiti nos sirven para sacar a relucir claramente esta situación.
Barcelona es conocida internacionalmente en el mundo del skate por albergar un urbanismo de espacios abiertos como la Plaza de Universitat, o Plaza de les Ángels (MACBA), que supone el terreno ideal para la práctica de este deporte y atrae en verano a miles de peregrinos ansiosos por disfrutar de su tabla.
Lo mismo ocurre con los graffiti, a los que incluso se presenta en exposiciones que lo elevan a la categoría de arte oficial, y se realizan eventos y encuentros –muchos promocionados por el municipio- que cuentan con las experiencias de graffiteros venidos de distintas partes del mundo. Este caché urbano y cultural que ostenta Barcelona, lo capitaliza en imagen, es decir, en marketing urbano que le ayuda a reinventar continuamente la idea internacional que produce la marca Barcelona.
Es en este marco donde se intenta desesperadamente buscar un equilibrio entre la explotación del libre desarrollo de las subjetividades urbanas y el mantenimiento de su control, aplicando en ocasiones una gestión punitiva del espacio urbano. Es precisamente ese amplio abanico de formas de entender la vida, de presentarse en sociedad, lo que deviene materia prima fundamental de ese Life style del que hace gala Barcelona en las pasarelas urbanas de medio mundo.
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