miércoles, 29 de diciembre de 2010

Una nueva generación toma las calles de Europa. ¿Y en España?. Publicado en el Confidencial.com 29/12/2010

La oleada de manifestaciones y protestas que han estallado en distintos países de Europa, indican una posible escalada del conflicto social en el corto y medio plazo; la nueva década se inaugura con un nuevo ciclo de luchas del que todavía no se pueden sacar conclusiones certeras, aunque no parece que vayan a mermar. Con la dureza de los enfrentamientos de la juventud griega siempre como telón de fondo, encontramos protestas en Francia contra la subida de edad de jubilación, en Inglaterra contra la subida de tasas en la Universidad Pública y ahora golpean con dureza en Italia contra la reforma universitaria Gelmini, aprovechando la moción de censura al presidente Berlusconi.

En todas las luchas que están comenzando a cobrar fuerza a lo largo de Europa, encontramos elementos comunes más allá de las particularidades locales y nacionales: la defensa de lo público, del ejercicio del derecho colectivo que blinde el acceso a todos los recursos -desde la sanidad hasta el conocimiento-, que componen el patrimonio común de la población. La ciudadanía muestra así su heterogéneo rechazo en las calles, entendiendo que lo público está siendo objeto de cercamiento y mercantilización para beneficio privado, en detrimento de las condiciones de vida de gran parte de la población.

Entonces, ¿quiénes son hoy, en el siglo XXI, “la parte, sin parte” que está saliendo a las calles de Roma, Londres o Atenas? La respuesta difícilmente se puede reducir a la clásica retórica del movimiento y la clase obrera basada en su centralidad indiscutible en los procesos productivos. Ahora en cambio, además de la fuerza de trabajo industrial se suman toda una multitud de sujetos que no sólo utilizan la fuerza física, sino sobre todo su capacidad mental, las habilidades sociales o los afectos. Compuesta entre otros, por estudiantes, becarios, trabajadores precarios, parados, mujeres, ecologistas, migrantes, subcontratados y todo el amplio abanico de lo que en Italia ya han bautizado como el precariado metropolitano.

Toda una nueva generación comienza a cuestionarse la posibilidad de reproducir el relato de vida construido por sus padres cuando observa como su futuro ha tomado el semblante de un horizonte desolado por la precariedad
No es casualidad, por lo tanto, que sean los universitarios y estudiantes la punta de lanza de las expresiones más disruptivas y radicalizadas. Recordemos que en las últimas huelgas francesas -y antes contra el llamado Contrato de Primer Empleo CPE-, Sarkozy temía por encima de todo la extensión del movimiento a los estudiantes y jóvenes de la banlieue. Atravesados por su posición crucial en la producción inmaterial y manejo del conocimiento, sus funciones y recursos cognitivos, son hoy la materia prima central del modelo productivo que se abre camino en la sociedad de la información y las redes digitales. Igualmente, el estudiantil es un sector que todavía goza de bastante autonomía a la hora de movilizarse y alberga la capacidad de paralizar “la fábrica” con bastante facilidad. Esta es la razón fundamental del ímpetu empresarial en borrar las fronteras entre educación y mercado bajo la ecuación Universidad-Sociedad y disciplinar al estudiante como un trabajador con aspecto de cliente.

Las nuevas protestas, condicionadas por la propia composición de una nueva fuerza de trabajo europea fragmentada y explotada mentalmente, adoptan posiciones antagonistas con facilidad. Se percibe un salto cualitativo entre las clásicas demandas sindicales institucionalizadas por la mejora del salario real y la forma huracanada de una multitud desencantada con el modelo representativo, que es incapaz de asegurar a todas las personas el título de ciudadanía como antaño. Cada una de estas manifestaciones desnuda en su complejidad la naturaleza parasitaria que ejerce un mercado ansioso y caótico sobre la producción vitalmente generada por el cuerpo social. Toda una nueva generación comienza a cuestionarse la posibilidad de reproducir el relato de vida construido por sus padres cuando observa como su futuro ha tomado el semblante de un horizonte desolado por la precariedad. Su expresión desenfocada y existencial es difundida rápidamente como estrías por toda la ciudad, operando como un enjambre sin centro definido que rompe con la clásica dialéctica salarial entre trabajo y capital.

A primera vista todo parece indicar que a nuestros jóvenes -y mayores-, estos episodios que protagonizan los estudiantes en Europa les resultan ajenos a su realidad más cotidiana. No parece importar que nuestros niveles de precariedad, temporalidad, paro, capacidad de acceso a la vivienda y ausencia de perspectivas de futuro, sean incluso más altos que los de algunos de nuestros conciudadanos europeos. Entonces, ¿cómo es que todavía la conflictividad social no se convierte en una constante en las calles, los medios de comunicación, los debates y discusiones populares? Solemos encontrar respuestas de distinto tipo, que abarcan desde la crítica a una juventud que se refugia en el alcohol y la fiesta como método de evasión, hasta el cuestionamiento de la existencia de la propia precariedad de unos jóvenes que todavía sienten el abrigo de las redes familiares.

Es decir, las dos grandes razones que vendrían a explicar la inactividad de una juventud abocada a la incertidumbre se deben, por un lado, a una profunda despolitización y huida de todo lo relacionado con el implicarse en la protesta política; y, en segundo lugar, a la seguridad del régimen de bienestar familiar que todavía hace las veces de colchón y malla contra la exclusión social. Según los últimos datos disponibles sobre la actividad social de la juventud, se desmiente en parte la primera afirmación, aunque si bien es cierto que la mayoría de organizaciones en las que participa la juventud son de carácter caritativo, tipo ONG y no tanto movimientos políticos. En segundo lugar, la construcción cultural familiar no dista mucho del ejemplo italiano, donde los más allegados también cumplen un papel fundamental como mecanismo que mitiga la exclusión social. Entonces, si en términos objetivos tanto en el carácter socioeconómico como en el cultural, así como en los niveles de economía sumergida, no hay mucha distancia del caso italiano, ¿qué otras explicaciones cabría destacar?

Principalmente dos: la organización y el acontecimiento. La primera es fácil de explicar: en Italia existe una larga tradición de organización, trasladada de generación en generación, que combina muy bien la elaboración teórica con la práctica política combativa. No es casualidad que miles de jóvenes se presenten como un cuerpo disciplinado ataviados con cascos y escudos en forma de libro -el book block-, anunciando públicamente que su intención era llegar hasta un Senado señalado como ilegitimo a ojos de la ciudadanía. En segundo lugar, siempre se necesita de una apertura en la estructura de oportunidad política, es decir, un hecho, un acontecimiento que abra la posibilidad de incorporar demandas en la agenda política oficial.

Hacer coincidir en Roma las protestas estudiantiles, junto con los afectados por el terremoto de l`Aquila, los sindicatos del metal y un largo etcétera de actores justo en el momento en que se votaba la moción de censura a Berlusconi, supuso el momento idóneo para lanzar una inteligente apuesta política. En nuestro caso, todavía no se han dado ninguna de las dos condiciones que hacen posible el protagonismo social de los no representados. En España no existe una cultura organizativa tan profunda como en el caso italiano y, por ahora, no se ha generado un acontecimiento que haga estallar las contradicciones latentes antes descritas. Pero la realidad nunca está escrita y como afirma el filósofo esloveno Slavoj Zizek, la política es el arte de lo imposible, por lo que nunca se deben descartar hipótesis ni postales en nuestras calles como las de los enfrentamientos en Roma. La nueva década se inaugura con protestas que amenazan con extenderse e intensificarse, por lo que no nos debería extrañar, sí de aquí en un tiempo aparecen lemas como el de los estudiantes italianos: “Nos habéis quitado demasiado, ahora lo queremos todo”

http://www.elconfidencial.com/tribuna/europa-generacion-calles-espana-incognita-20101228-6800.html

viernes, 26 de noviembre de 2010

Movilidad, Control, Desobediencia

El civismo, del latín civis, viene a determinar la relación construida entre el ciudadano y la ciudad, es decir, el lugar, el espacio donde florecen un conjunto de pautas comunes de convivencia que varían a la par que se modifican las bases de su relación.
En Barcelona durante los últimos años, el ayuntamiento se ha propuesto como objetivo político generar una modificación sustancial en lo que hasta ahora veníamos comprendiendo como comportamiento en el espacio público.
Nuevos usos del espacio con la llegada de población inmigrante, nuevos tiempos, nuevas problemáticas surgidas de la fragmentación del mercado laboral y las formas de producción, hacen de la ciudad un espacio de uso intensivo, dinámico y conectado. La metrópoli se ha transformado en una fuente inagotable de innovación y movimiento, sustituyendo a las antiguas narraciones de vida lineales fijadas con tiempos estáticos, predecibles, que tenían su epicentro en la fábrica, el hogar y la comunidad, sin mayor necesidad de conexión.

En la metrópoli –actual fábrica postmoderna-, no se puede y no se quiere disciplinar a la población y en su lugar toman el testigo el control y la modulación, encargados de definir contornos más que diseñarlos. Controlar los flujos en lugar de ordenarlos, supervisar la producción en forma de mando interfiriendo cada vez menos en su proceso, o excluir en lugar de reinsertar, responden a unas dinámicas productivas parasitarias de la producción social colectiva. Estos y muchos otros aspectos provocan una mutación en la manera de gestionar el gobierno de la población, lo que obliga a pensar en nuevas formas contemporáneas de proyectar alternativas transformadoras. La política antagonista debería hacer uso de la desobediencia, la organización en red, basándose en una lectura precisa de la composición técnica de las nuevas formas de trabajo, ahora no tanto centradas en el obrero industrial. En cambio surge todo un abanico de formas de explotación asalariadas y no asalariadas dentro y fuera del mercado laboral, que conforman la base material y técnica de esa potencia que precisa articularse políticamente.

Teniendo en cuenta que la movilidad se eleva a condición básica tanto como factor de inclusión social, como elemento crucial para la producción, practicar la desobediencia en el transporte público adquiere una posición central, negando al colarse, el origen y fundamento mismo de la ley, omitiendo al mando. La relación entre movilidad y producción viene a ser total, dado que la capacidad de moverse no funciona ya como soporte de simples desplazamientos, sino a modo d esqueleto que permite levantar el cableado de la red. La cuestión central en el postfordismo no reside tanto en quien logre acumular más cantidad de propiedades, en realidad, tiene más que ver con alcanzar el acceso a las redes, a los servicios, a la información. La brecha entre los que tienen y los que no es amplia, pero la de los conectados y los desconectados lo es aún más.



Nos transmiten constantemente que tenemos que ser móviles y flexibles, que la incertidumbre será nuestra brújula y el hábito de no tener hábitos nuestra máxima a seguir. Pero al mismo tiempo su retórica de inclusión social a través del trabajo se convierte en una falacia y la contradicción entre lo demandado y lo posible, la llamada que todos escuchan pero que no todos pueden responder, es manifiesta. Hoy, si no tienes móvil, Internet, medio de transporte o no puedes pagar el transporte público, estás abocado a la marginalidad. Colarse en el metro puede tener múltiples interpretaciones, desde el que lo hace por puro egoísmo, por temas económicos, ética militante o simplemente por joder, por gozar de esa pequeña sensación de desobedecer. El motivo no es tan importante como la reacción provocada por las instituciones y los esfuerzos mediáticos y económicos por evitarlo a toda costa, lo que denota la clara evidencia de la importancia que adquiere laa movilidad en la agenda pública.

Numerosas experiencias han surgido alrededor de Europa en torno a la libre movilidad, el colectivo sin ticket de Bruselas, los grupos organizados de cueling en Paris, o la ingeniosa campaña de guerrilla de comunicación en Barcelona de la gente del blog moltllest.blogspot.com. Quizá la realidad apunta por empezar a construir un nuevo derecho a la ciudad que plantee a su vez toda una matriz de derechos que articulen la acción colectiva y política del precariado metropolitano en torno a la movilidad, la vivienda, información y la renta.

martes, 14 de septiembre de 2010

De la Imbecilidad a la lucha de clases

"La desgracia no une a las gentes, sino que las separa;
y donde parecería natural que dolor común debiera fundirlas hay mucha más injusticia
y crueldad entre ellas que entre las relativamente contentas"
Anton Chéjov

Durante los últimos tiempos hemos pasado de ver como la actual crisis es fruto del pinchazo de la burbuja inmobiliaria y las actitudes especulativas del crédito , a centrar el debate en torno al acoso y erosión de derechos conquistados, bajo el amparo demandado de una falsa solidaridad que deben mostrar los sectores más desfavorecidos. Ya ni siquiera se escucha el cacareado “esto lo arreglamos entre todos”, puesto que directamente – y ya sin tapujos-, recae todo el peso de la ley sobre las espaldas de las clases subalternas.


Poco a poco, desde los grandes medios de comunicación y desde casi todo el arco parlamentario se ha transmitido a la población la idea de que independientemente de las causas de la crisis, la única solución viable pasa por una reforma laboral voraz, el recorte en el gasto público y la pasividad en el terreno de lo social. De la CEOE no se dice ni una sola palabra, salvo cuestiones digamos técnicas, como que Díaz Ferrán no es el mejor candidato a presidirla, pero en ningún caso entra en discusión el cogollo de la cuestión: el antagonismo de intereses entre la continua acumulación de rentas por parte del capital – y de propiedad- y el detrimento proporcional de las rentas del trabajo escenificado en la intensificación de los ritmos productivos, el paro estructural y la disparidad brutal entre la reducción del salario y el aumento del beneficio privado: El PIB es sobretodo un indicador de crecimiento del capital, no del bienestar común. La supuesta naturalidad sociológica con la que se presentan las relaciones de dominación y explotación establecidas a priori como bases indiscutibles provoca reacciones –con todo sentido del término- , entre parte de la población. Éstas tienden a girar 180 º el foco de atención y apuntan a sectores más al alcance, más palpables, como los funcionarios o los trabajadores del sector público y así resolver el bloqueo mental colectivo, dejando al margen la discusión del libre mercado intocable.

Las formas difusas del fascismo social no sólo se presentan en la acusación del penúltimo contra el último – trabajadores autóctonos contra migrantes-, sino también se articula de manera inversa, el último contra el penúltimo. La construcción de una opinión pública reaccionaria en donde jóvenes precarios y temporales acusan de privilegiados a los trabajadores del metro, refleja en los dominados las ideas de los dominantes abogando por arrastrar a la incertidumbre laboral a aquellos que todavía gozan de cierta seguridad.


El ataque frontal hacía la existencia misma de sindicatos, dista mucho de las lecturas hechas por sectores de la izquierda extraparlamentaria, ya que en palabras de un representante del grupo Vocento en el transcurso de una tertulia, “su profunda ideologización y su postura obtusa al definirse como sindicatos de clase”, cristalizan su inutilidad como interlocutores y entorpecen la recuperación de la economía española. Es decir, la realidad discutida nada tiene que ver con una superación del sindicalismo oficial por medio de consejos, soviets, asambleas u organizaciones que abogan por un reparto radical de la riqueza; más bien todo lo contrario, mientras nos perdemos en señalar a CCOO y UGT como traidores “de la causa obrera”, Telemadrid utiliza el ejemplo de la CNT como sindicato que no recibe dinero público a modo de arma arrojadiza contra la subvención de los mismos.

Hay que reconocerlo, hemos sido totalmente incapaces de influir en la opinión pública y generar discursos y marcos de referencia alternativos. Testigos de nuestra propia miseria, nos conformamos con echar balones fuera, justificando en ese exterior constitutivo que siempre nos engaña, muchas de nuestras debilidades a la hora de organizar el antagonismo acorde a la base material de la sociedad postindustrial, es decir, de los tiempos que corren.

Para nada mi objetivo aquí es defender el papel de las grandes centrales sindicales, ni mucho menos criticar la postura legítima del anarcosindicalismo, sino la de plasmar una realidad que tiene como chivo expiatorio los sindicatos, pero cuyo objetivo es el de acabar con toda forma visual y explícita de la existencia de la lucha de clases. Posiblemente todos y todas tenemos rencor a unas centrales sindicales adormecidas, al típico liberado trajeado que se pasea – a veces-, por la empresa como si fuera un accionista más, o a la falta de un control férreo, democrático de base sobre las funciones esenciales que –algunos- liberados pervierten.

Aún así, debemos escapar de las visiones de los pequeños mundos autistas hiperpolitizados – en realidad más estéticos y dogmáticos que políticos-, ya que un escenario de derrota en la Huelga general no ayudará en nada a la toma de conciencia de que los sindicatos están obsoletos a la hora de defender los derechos de los de abajo y en consecuencia la gente despertará: el cuanto peor mejor, casi siempre acaba en peor todavía. Una derrota supondría la constatación de que el ciclo de reflujo en el que lleva años metida la izquierda se hunde hasta las profundidades. Chapotear en el lodo de la marginalidad, de las supuestas posturas que mantienen la pureza de los individuos que siempre se mantuvieron firmes en sus convicciones predeterminadas, es poco más que un ejercicio de narcisismo estéril y vacío de perspectiva revolucionaria.

La huelga es un repertorio de acción colectiva que nació en los albores movimiento obrero, conquistado con sangre, esfuerzos, dinero y tiempo. Un mecanismo idóneo para una sociedad construida alrededor de la inclusión social a través del salario en el ciclo de reproducción social. Pero a día de hoy, hemos pasado del socialismo del capital con unas relaciones de producción estatalizadas, al comunismo del capital donde la reestructuración del modo de producción amplia, revive e innova las formas de explotación, libres ahora de las cadenas de la regulación estatal.

Toda la multitud y heterogeneidad de nuevos sujetos explotados –precarios, migrantes, info-trabajadores -, junto con las formas contractuales que avanzan hacia el modelo de agentes libres*1, advierten que la gradual decadencia de la huelga como arma de guerra, deberá ser sustituida, o repensada por nuevas instituciones del movimiento: esa debe ser nuestra tarea a medio plazo.

Las luchas venideras se deben encaminar a mostrarse fuera de los centros de trabajo, en toda su dimensión metropolitana como herramienta de los que no estamos incluidos en el círculo de inclusión salarial, exigiendo así el derecho a la ciudad y a la renta básica, no como únicamente derecho laboral, sino también social, cultural y existencial, es decir de vida, pues de vida se nutre el capital del conocimiento y no sólo de las 8, 6,4 o 2 horas de empleo.

De hecho, los ejemplos de las últimas huelgas como las del metro de Madrid, conductores de Bus de Barcelona y ahora mismo en los ferrocarriles de la Generalitat de Catalunya, apuntan sin lugar a dudas en esta dirección. Lograr una victoria no depende ya únicamente en paralizar al completo los servicios, sino en la manera en que la batalla se libre en el terreno de la metrópoli, en la opinión pública, que a modo de César levantará o bajará el pulgar, aplaudiendo o condenando la huelga. La metrópolis se convierte ahora en el nuevo “centro de trabajo” de la Multitud, lugar privilegiado donde en un futuro cercano tenderemos que pensar en pasar de la imbecilidad a la lucha de clases o seguir chapoteando en el barro.



*1 Por agentes libres se entiende un modelo contractual en donde el trabajador prescinde del sindicato y los convenios colectivos y negocia directa e individualmente sus condiciones con la empresa. El acuerdo viene a efectuarse a medida, personalizado y acorde a las “necesidades” de ambos agentes que en ningún momento se deben nada a cambio. Es el sueño de la empresa flexible hecho realidad, poder dinamizar los recursos humanos sin traba alguna a la par que varían los caprichos de la producción del just in time, a tiempo real.

jueves, 29 de julio de 2010

La Huelga del 29S como oportunidad. Publicado en la Directa nº 194

El 29 de Septiembre hay convocada una huelga general en todo el Estado Español. De todos es conocido el papel nefasto que han desarrollado las grandes centrales sindicales a la hora de defender los derechos de los trabajadores. Pero ahora la suerte está echada y toca mover ficha. Los movimientos no pueden resignarse a pendular entre la inercia de secundar la huelga o convertirla en un ocasión marginal de atacar frontalmente a los sindicatos. Pensar en clave revolucionaria hoy día, significa leer la potencia de los nuevos actores que sostienen la producción postfordista.

Las jornadas de lucha venideras en Europa presentan un campo de batalla incierto; hasta ahora las fuerzas se concentran en tratar de defender los derechos consolidados antaño. Un punto de partida que cristaliza en sí mismo la pérdida de influencia de la izquierda no patronal en la distribución de la correlación de fuerzas; entre quienes apuestan por socializar la riqueza y los que la privatizan.

Son las composiciones de clase más interesantes e innovadoras las que deben ser foco principal de nuestra atención. Por varias razones, en primer lugar porque entre ese 85% de trabajadores que en Barcelona componen el sector servicios se encuentra el espectro del precariado: contratos tiempo parcial, obra y servicio, de temporada, sin contrato o pendientes de un hilo. Todo ese abanico de formas de explotación que no encajan en modelo estructural de un sindicalismo objetivado en la defensa del trabajo fordista, En la identidad forjada alrededor de éste con el empleado fijo, la familia nuclear y el hombre blanco como referencia.

Las narraciones de vida lineales, las metas a largo plazo y el horizonte fijado de antemano, pasan a ser coyunturas de un tiempo pasado que aunque todavía pervive, se encuentra en vías de extinción.
Todos los discursos en defensa del trabajo, en pos de aumentar la productividad son contradictorios en sus términos, dado que el paro se vuelve estructural y la productividad no viene únicamente dada por el marco de la jornada laboral. El trabajo –empleo más bien- pasará a ser una base miserable de la producción, diría Marx. La ciencia, es decir, el conocimiento son ahora al mismo tiempo materia prima de la creación de valor y resorte de las multitudes para cortocircuitar al mando capitalista.

Los trabajadores de servicios públicos como los del metro de Madrid o los conductores de bus en Barcelona, son quienes de entre todas las ramas productivas, destacan más en su labor por la defensa de los derechos. Es así, porque todavía retienen signos de comunidad propia de la estructura de trabajo fordista. Aun perviven ciertas formas del organigrama de la estabilidad y la certidumbre que les permiten hacer uso de las estrategias de acción colectiva pensadas para una base material de la sociedad donde ellos hoy, son los últimos mohicanos. Dado que su centralidad histórica a la hora de golpear con fuerza las contradicciones del capital pierde fuelle, habrá que redibujar el paisaje del antagonismo.

El resto, enfrentados al desierto de lo real desde hace ya tiempo, comienzan a ser mayoría y lo que es más importante, pasan a ser centrales por la importancia que adquiere el conocimiento en todas sus variantes laborales. En resumen las nuevas composiciones del trabajo vendrían a esquematizarse de la siguiente manera:

El trabajo cognitivo es desarrollado por aquellos sectores que personifican la tendencia puntera de la acumulación en el neocapitalismo. Implican directamente en el proceso de trabajo las facultades de la creatividad y la innovación: becarios, profesoras, software, publicidad etc…En otro aspecto están los trabajadores mentales, divididos a su vez en dos variantes: Los chain workers – trabajadores de la cadena del conocimiento, como cajeros o reponedores, y los brain workers – el sector de los cuidados, la atención al público, el trato de la atención-.

Todas ellas son categorías atravesadas por la precariedad y la incertidumbre en mayor o menor medida. Desde el profesor asociado hasta quien sirve hamburguesas, pasando por la trabajadora sexual, el gestor de clientes o la señora que cuida ancianos, tienen en común que sus facultades humanas y sociales son puestas a trabajar para la economía.

Este es uno de tantos retos a los que nos enfrentamos –ahí queda la necesidad de buscar la distribución de la renta y no del trabajo, la desobediencia, el decrecimiento-, conseguir incluir en los procesos contestatarios a toda una nueva amalgama de explotados y explotadas. Sólo en la subjetividad de la lucha, la clase puede llamarse tal cosa.

miércoles, 21 de julio de 2010

EL DESEO DE LOS AFECTOS, LA ILUSIÓN DE LA REVOLUCIÓN

Hablar de la relación entre los afectos y la producción económica, es en primer lugar cuestionar la separación entre estructura y superestructura, entendida esta última como el resultado mecánico de un modo de relaciones económicas específicas. La cultura y los valores no vienen ya dados como consecuencia de la producción económica, más bien, se entrelazan, colocando al conocimiento y lo cultural como motor de acumulación en el capital postfordista. Es aqui donde las lecturas sobre la feminización del trabajo cobran verdadero valor y no sólo porque cuantitativamente las mujeres compongan gran parte de la actual fuerza de trabajo. De ser únicamente así, estaríamos omitiendo a todas aquellas trabajadoras que históricamente han cubierto las fábricas, sobretodo en tiempos de guerra, - aunque no sólo-. Como también la división sexual del trabajo que condenaba al ostracismo su papel doméstico, tan crucial para la reproducción de capital en la sociedad fábrica, hoy parcialmente sustituido por mujeres migrantes.

En nuestros tiempos postmodernos el giro coperniquiano se traduce a un nivel cualitativo, es decir, de modificación en la calidad misma de la composición técnica de la fuerza de trabajo, donde las mujeres y las características atribuidas a la feminidad son parte importante tanto en la producción como reproducción capitalista. Poner el acento en la atención personalizada, en la movilización de la mente impulsada por estímulos propios del deseo y no en la ontología de la necesidad, o en la comunicación como pilar de la actividad productiva, es referirse a la mujer. El poema de Mario Benedetti "los afectos", nos da algunas pautas de lo que perfectamente podría ser el eslogan de una consultoria o un outsourcing: " que la mayor puerta es el afecto, que los afectos nos definen".

De la misma forma que la política de partido precisa subsumirse al repertorio de acción colectiva de la política de movimiento para intentar mantener su presencia política, el capital hace lo propio con la feminidad. El capital heteropatriarcal precisa nutrirse de los campos de la diferencia y la multiplicidad con el objetivo de perpetuar el mando monolingüe del régimen de mercado. El valor de los afectos y los cuidados encarnados principalmente por las mujeres dejan coja a la economía política, incapaz de computar riqueza más allá del resultado del trabajo objetivado en un producto tangible. Comerciar con sonrisas, cariño o deseo sexual se coloca en las antípodas de toda una tradición industrial, que como afirmaba Edward Thompson, marginaba de la producción todo placer y comunicación. De ninguna manera debemos preconcebir a dichas características laborale una acepción positiva y en ausencia de dominación.

El desarrollo tecnológico no se extiende de manera universal y la producción adopta la forma de manchas de leopardo y no la de un manto homogéneo. Las relaciones de explotación más olvidadas vuelven a tomar vida, combinándose con las más innovadoras; desde las maquiladoras de México y los almacénes de Los Ángeles a la dependienta de una tienda de ropa en Barcelona. Las primeras, sometidas a un régimen productivo premoderno e incluso prefeudal al no existir siquiera un contrato entre vasallo y señor, son la cara más amarga de la explotación del deseo y las emociones que sustentan el capital cognitivo. Las segundas escenifican el espejismo juvenil, sexual y dinámico que vende sensaciones y deforma y reconfigura los mismos puntos de partida que podrían dar lugar a realidades liberadoras, en la base material del capital en las sociedades postindustriales.

Este es el peligro al que se enfrentan las prácticas queer; en convertirse en nuevos nichos -y recursos productivos -, de mercado. Es decir, en una de tantas diferencias que cuentan con sus propias cuotas de consumo y realización de mundos propios. Cualquier tendencia es potencialmente productiva, ya sean las aspiraciones revolucionarias# o las ecologistas, como demuestra la publicidad de la empresa de neumáticos "Good Year", en su recombinación mercantíl

http://www.youtube.com/watch?v=lguLF9owKag&feature=PlayList&p=A5C8ECB4114C587A&playnext_from=PL&playnext=1&index=47.

Es la subsunción real del trabajo en el capital como anunciaba Marx, la no exterioridad de las relaciones de producción que cubre como un epitelio nuestras relaciones sociales más cotidianas e ilusiones más radicales.


# La publicidad suele oscilar entre la venta de sexo y la revolución, como reclamo al consumidor post68. Ejemplos como las zapatillas nike con lemas como "be the revolution of you", cepillos de dientes "power to the people", Europa FM "inconformista, rebelde" etc...Nos muestran hasta que punto el deseo queda huero de toda coherencia para ser simplemente un estímulo más, que llena de plenitud temporal pero no de felicidad, al individuo que dependiendo de sus recursos económicos subjetivos disfruta de su democracia de consumo

viernes, 2 de julio de 2010

Detrás del Burka. Publicado en el semanario la Directa 02/07/2010

Las leyes anti burka son a la emancipación y dignidad de la mujer, lo que la guerra de Iraq y Afganistán a la democracia y libertad; una farsa donde lo último que se discute es de la situación de los sujetos aludidos. Ambos casos juegan a entablar un monólogo, que de tanto repetirse termina por calar entre la población. Apelan a los que el filósofo Slavov Zizek entiende como la deformación de lo que en un principio, en su origen, se expresa como un sentimiento onírico latente legítimo. Es la masilla de toda ideología; tomar prestado pedazos de relato humanamente defendibles situados más allá de lo político –como es la dignidad de la mujer-, para después universalizar su significado desde la postura que se considere oportuno.

El sentido común de época del que hablaba Gramsci, aquel que otorga una ubicación general a las tendencias de un tiempo histórico concreto, a día de hoy en Europa dan la razón a la derecha. Precisamente, el fundamentalismo islámico actual nace como resultado del proceso global de la economía de mercado. Afganistán, inspiración de todas las justificaciones teóricas y prácticas del control, lejos de ser un producto del pasado, es más bien la última creación del capitalismo tardío. Cincuenta años empujándoles a abrazar el fundamentalismo con tal de ganar la guerra fría, hicieron de un país con altos índices de laicidad, la nueva máquina de generar consenso internacional.


Los nuevos cruzados, escudándose en la lucha y dignidad de las mujeres legislan normas que exceden dicho propósito e intención, para así justificar un discurso que viene tomado fuerza en los últimos quince años: la paranoia de la seguridad y el choque de civilizaciones como protagonista de las preocupaciones mundanas. No es casualidad que los mismos sectores que defienden a ultranza la financiación de la iglesia católica, a colegios del opus-dei, los que enarbolan la bandera de España a favor de la familia, contra el aborto, o la LOE –entre otras-, se conviertan ahora en los paladines del feminismo y el laicismo.
Tampoco es de extrañar; la derecha nunca ha tenido problemas en adoptar esa forma oportunista cuando la coyuntura política lo demanda; ahí está el fascismo de entreguerras. Lo relevante es, que la socialdemocracia tras treinta años soltando lastre y acercando –más bien mimetizando- posturas con la deriva neoliberal, oscila entre la promoción de las medidas, o la resignación total y la falta de ideas.


Si la imaginación al poder se encuentra en una publicidad de zapatillas y la revolución en un cepillo de dientes, toda la tradición feminista y laica puede tener como abanderada a la derecha postfranquista. Suena ridículo pero real al mismo tiempo. En este baile de máscaras donde la ignorancia juega como titular y la memoria se relega al olvido, cualquiera puede presentarse como defensor de las causas más nobles y apropiarse de logros, a los que en su momento, pusieron piedras en el camino.

Cuantitativamente las mujeres que en el Estado español hacen uso de dichas prendas –al menos en Barcelona-, es anecdótico, por no decir ridículo. Entonces, ¿por qué tanto alboroto?, ¿por qué tanto altruismo y caridad con las mujeres musulmanas? Principalmente porque aprovecha el tirón de la ideología securitaria global, que acusa al Islam de los males de la postmodernidad y hace todo lo posible para que éste acabe siendo como dicen representarlo; y esa es una baza política considerable. Es la profecía autocumplida.

Pero también ayuda la idea de gestionar simbólicamente el malestar de la crisis en clave de generar islamofóbia, dado que es más llevadero que hacerlo en términos socioeconómicos.
Los promotores de estas mociones, atienden a una agenda muy distinta a la del feminismo o el laicismo, más bien van a rebufo de lo que ya es la cruzada del siglo XXI, contra todo lo musulmán, como también lo es contra el binomio construido inmigrante-delincuente o los beneficiarios de ayudas sociales. El futuro llegó hace rato.

sábado, 26 de junio de 2010

LOS DE ABAJO NO SALDREMOS DE LA CRISIS

Ahora que se escuchan cantos a la recuperación económica y salida de la crisis –con el Estado Español a la cola y estancado dada la insistencia en un modelo productivo basado en el ladrillo y el turismo-, podemos volver a plantearnos cuestiones que con la hegemonía mediática de la crisis habían quedado tras el telón. Salir de la crisis significaría volver a un clima de normalidad económica, interpretado como un verdadero alivio que aparentemente nos tranquiliza a todos. Es el resultado de un juego perverso que frente al alud del paro masivo y el aumento de las deslocalizaciones, la inversión de las empresas y el aumento de beneficio se traduce en la posibilidad de vuelta al trabajo, y por lo tanto se comprende como una buena noticia para la población. Pero lo cierto es que esta tesitura parte de la elección entre una catástrofe de amplitud escatológica o la certeza de la precariedad y la temporalidad. Así, encontrar un trabajo por muy devaluado y descualificado que sea, alcanza el rango de casi un privilegio; al menos tienes curro!!

La izquierda – y también la antagonista-, reproducen los mismos marcos conceptuales al no albergar alternativa a la lógica del pleno empleo, a sacralizar el culto al salario y el trabajo seguro. Seguir apoyándose en esquemas caducos que responden a tiempos cuando el trabajo vivo –es decir los que nos constituimos como explotados-, se presentaban como un excedente para el capital, es una carrera perdida. Hoy día la tendencia se da a la inversa, nosotros somos ahora la carencia y sobramos para los planes del capital, que gracias a la revolución tecnológica se da la licencia de prescindir de una parte de la fuerza de trabajo, y la incluida es hiperexplotada.

Por eso el círculo de inclusión ciudadana a través del empleo se encuentra en crisis cuando el salario ahora fragmentado e intermitente no garantiza la certidumbre, y la exclusión social acecha de cerca.
En esta coyuntura la gramática política de la modernidad se cae a pedazos y con ella el modelo de representación sindical, que refugiados en defender las condiciones y convenios laborales del clásico trabajador industrial y fordista, se muestran incapaces de articular mecanismos de representación con la generación precaria.

Es posible que la alternativa a seguir sea el viejo fundamento comunista; despojarse de la alienación del trabajo hasta acabar aboliéndolo. La lógica es la de superar el tripalium –tortura-trabajo-, y no concebirlo más como un bien conquistado, sino como un lastre, debemos romper con su ética. Es la mejor forma de empezar ayudar a los millones de parados, al 65% de trabajadores que no cobran más de 1000 euros, al 31% de precariedad en el Estado Español.

Reapropiarse de lo que es nuestro, de lo que nos es común puede empezar a plantearse en la reivindicación de una renta básica que reinvente algo nuevo entre el trabajo seguro, alienante y rutinario, y la incertidumbre y la flexibilidad Neoliberal. En el derecho al transporte gratuito y la libre movilidad de las personas, el software libre, el copyleft, y en volcar trabajo sobre las máquinas. En contra de las patentes y derechos de autor que condicionan nuestra salud –farmacéuticas-, alimentos –semillas, Monsanto-, cultura –Sgae-, educación –Bolonia, mercantilización del conocimiento-, a expensas del vaivén de los índices bursátiles.

Salir de la crisis no harán más humanas las relaciones capitalistas, siempre en continua expansión y crecimiento exponencial. Incluso en época de bonanza económica – de 1995 al 2005-bajo el mandato del PP, el salario medio cayó un 5%, lo que demuestra que ya estábamos en crisis antes, y lo seguiremos estando después. Abandonar los parámetros impuestos por la lógica esquizofrénica del mando capitalista, pasa por cambiar el tablero de juego y elegir nuevas fichas para poder enfrentar a las relaciones de dominación, más basadas ahora en cercar la abundancia de la riqueza que en la gestión de su escasez.
Volver al pasado no es posible ni deseable, construir nuevas categorías y prácticas políticas para el presente es la tarea del siglo XXI.

sábado, 29 de mayo de 2010

Más allá del debate sobre la crisis, están los precarios

Jorge Moruno Danzi / Activista y sociólogo
Viernes 28 de mayo de 2010. Número 127 Diagonal

La batería de medidas que anuncia el Gobierno para afrontar la crisis, muestra a carne viva, como la letra escarlata, la verdadera naturaleza del mando capitalista. Una vez más y a remolque del ejemplo Griego, los ajustes que reflotan al capitalismo recaen sobre las espaldas de los de abajo. “Un paso lógico ante la presión de los mercados”, afirma Almunia, “¿por qué no lo hiciste antes?”, acusa Rajoy.

Por otro lado, parece ser que sólo cuando se atacan los convenios y las formas de trabajo en vías de extinción, se activa el resorte de la indignación. Los sindicatos podrían llegar a poner toda la carne en el asador, para defender –ahora sí-, los derechos sociales y laborales del segmento social al que representan.

Pero nada de esto sucede cuando la rutina de la no rutina de la precariedad, lleva haciendo mella desde hace 30 años entre la población. La emergencia de un nuevo sujeto social hiperexplotado, forjado por las más variopintas expresiones: la cajera, el top manta, la teleoperadora, el latero, el del Burguer King, el oficinista, la becaria, etc…, no interpreta como suyas las prerrogativas de las centrales sindicales, ni acude a su llamada, porque se siente excluido de su representación. Hablar de trabajo precario, es hablar de todos aquellos que ven recortados sus derechos, que sufren el paro, los contratos parciales, los basura o la ausencia de ellos. Los sometidos a unas relaciones laborales serviles expuestos a la tiranía de RRHH, a la subcontrata y a la intermitencia como norma. Huérfanos de las políticas de Estado y del calor de los grandes sindicatos, constatan que los índices de afiliación sindical disminuyen a medida que aumentan las tasas de precariedad y temporalidad. El perfil de joven, mujer, inmigrante, se suman a los hombres, haciendo más compleja la identidad de un sujeto lineal y homogéneo.

El mapa de las relaciones de explotación ha mutado literalmente, dando origen a múltiples y variadas formas de presentarse la relación capital-trabajo, que escapan de la lógica sindical. Marx, anticipándose a su época identificó en el proletariado el sujeto histórico que, dentro de los explotados, aun no siendo el más numeroso, era el mejor posicionado para afrontar la emancipación de los de abajo frente al capital.

Más tarde, como bien subrayó la corriente teórica de la autonomía obrera italiana, el estudio de la composición técnica de la clase es fundamental. Saber como se expresa el trabajo, determina su capacidad y papel en la acción política. Los métodos, las herramientas, los tiempos y relaciones que hace suya la fuerza de trabajo para desarrollar su actividad laboral, sientan las bases de su potencialidad transformadora.

La clase obrera no es un collage de imágenes y estéticas estereotipadas elevadas al mito, más bien, viene dada por unas relaciones específicas de explotación, de formas de producción. Incapaces de ver nuestro presente, nuestra propia biografía incluso, seguimos obcecados en el imaginario de obrero lleno de grasa, llave inglesa en mano. No significa que el obrero –en las economías avanzadas claro-, no ocupe su lugar en la multitud, simplemente que éste, no será más el de la centralidad. El proletariado del siglo XXI arrastra algunos de los males pasados, se libera de otros, e incorpora los contemporáneos. Debe saber abandonar las ilusiones nostálgicas y corresponder ésta perdida de centralidad obrera, con el nacimiento de nuevas instituciones del movimiento.

Esta por ver hasta que punto tendrán lugar las movilizaciones anunciadas por los sindicatos y que repercusión alcanzan. Pero lo más interesante será observar, si los y las precarias se contagian, se organizan y cambian las reglas del juego.

jueves, 8 de abril de 2010

Gobernar la alegría, defender la locura

PALESTINA | CRÓNICA DESDE UN ESTADO OCUPADO

El anuncio de la construcción de 1.600 nuevos asentamientos en Jerusalén Este, y la apertura de una sinagoga, han dado lugar a nuevos enfrentamientos en distintos puntos de Cisjordania, en lo que se anunció como el “Día de la Ira”. Los autores recorren las calles y relatan el día a día del pueblo palestino.


Jorge Moruno y Cristina Castillo / Palestina
Martes 6 de abril de 2010. Periódico Quincenal Diagonal Número 123

Desde que el avión toma tierra en Tel Aviv y paseas por los pasillos del aeropuerto, camino a recoger las maletas, rápidamente te percatas de que no, éste no es un destino cualquiera. La ristra de carteles y eslóganes que aluden a la paz, a los distintos aniversarios a la fundación de Israel o a la idolatría a las fuerzas armadas, copan palmo a palmo todas las paredes, sudando ideología por doquier.

Tras un antipático recibimiento en el control de pasaportes y el interrogatorio de protocolo, Tel Aviv nos saluda de manera distinta a la que nos imaginamos de antemano. Muchas viviendas se caen a pedazos, y salvo unas pocas manzanas de edificios inteligentes y una primera línea de playa que parece un decorado, el resto presenta un aspecto ruinoso y bastante decadente.

Controles en los centros comerciales

Una ciudad que por lo general aparenta decantarse por la total indiferencia ante el conflicto con Palestina, aunque si bien es cierto que se pueden encontrar posturas progresistas, las tesis que la ideología obsesionada por la seguridad establece son hegemónicas. Control de pasaporte para entrar en un centro comercial, control en la estación de autobús, todo ello aderezado con miles de militares armados, bien los ves paseando, viajando o durmiendo en un hotel a tu lado.

Al margen de grupos que denuncian la situación, la mayoría de la juventud parece oscilar entre realizar sus posmodernas vidas urbanas con la precariedad a cuestas y hacer caso omiso a lo que ocurre a pocos kilómetros de distancia. Los parámetros que definen lo que se debería entender por compartir un espacio y un sentido común o la forma en la que se moldean las identidades colectivas, parecen degeneradas por el barniz que la razón militar da a sus vidas.

El resonado Derecho a defenderse hunde sus raíces de manera profunda e incisiva, esquizofrénica más bien. Para comprobarlo no es necesario atravesar el muro, basta con acercarse estos días a la Puerta de Damasco de la ciudad vieja de Jerusalén, la que conduce al barrio árabe. Los árabes se encuentran constantemente sometidos a un control rutinario de identificaciones y preguntas o a las fronteras que coloca la policía arbitrariamente en las calles que impiden su paso.

Pero lo más alarmante de todo es cuando esta situación, que debería sorprender a toda persona medio decente, pasa casi totalmente desapercibida a los ojos de israelíes, turistas y demás credos religiosos. Cientos de policías y militares patrullando no inmutan ni ponen nervioso a nadie, todo transcurre en una atmósfera de total equidistancia y pax romana.

Dejando el muro a nuestras espaldas la sensación de apartheid es ya abrumadora. Recordemos que los que se encuentran más allá de la barrera de hormigón tienen vetado el acceso a Jerusalén, reduciendo así drásticamente su movilidad y sus oportunidades vitales. Por la ventana de los autobuses o taxis, exclusivamente para árabes, se ven literalmente comunidades cerradas de colonos en lo alto de las montañas, asentamientos que violan todas las leyes internacionales y las resoluciones de la ONU, allí donde en su tiempo lo poblaban palestinos. En su lugar se despliega un urbanismo similar al de la clase media/alta que habita en las buenas urbanizaciones a las afueras de Madrid, o Barcelona.

Colonos armados en las calles

Caminar por las calles del casco antiguo de Hebrón provoca escalofríos: los colonos más radicales se encuentran asentados en las casas altas, mientras que los palestinos se ubican abajo y soportan con mallas los escombros que les lanzan los primeros. Carreteras segregadas y miedo a viajar de noche, a salir a la calle, debido a las incursiones de colonos que atacan armados con uzis (subfusiles israelíes) y custodiados por militares, es el día a día de todo palestino desde hace más de sesenta años.

Este Gobierno de la esquizofrenia se encuentra en las antípodas del caluroso recibimiento y la cordialidad palestina. Cualquiera que haya tenido la oportunidad de acercarse a la Universidad de Al-Quds (Jerusalén), o a la de Nablus, se habrá visto asediado por grupos de jóvenes que humildemente se ofrecen para hacer de guía, invitarte a tomar algo, o simplemente interesarse por tu presencia. Siempre se preocupan por tu seguridad, e intentan hacerte pasar lo más desapercibido posible los estragos de la ocupación, mostrándote la alegría de un pueblo que pese al asedio no renuncia a reír.

Grabadas en la retina perdurarán imágenes tan tristes, pero a la vez tan tiernas como la de atravesar una barricada de contenedores, que unos niños de no más de siete años levantan a tu paso. No dejan de ser críos, y como si hablásemos de un juego, te advierten que la calle está cortada y no se puede pasar; durante unos minutos ellos mandan. Reclaman su derecho a jugar, a disfrutar de una infancia digna usurpada por la ocupación israelí. Unos metros por detrás y a la espera de que lleguen los militares, grupos de jóvenes envueltos en sus capuchas, se ocultan en la noche en calles atestadas de piedras.

Toda palabra queda huera para describir la injusticia que sufre el pueblo palestino, pero, paradójicamente, sí encontré unas que se acercan. En el Jerusalén Post del 19 de marzo, el columnista Gershon Baskin, esgrimía un lúcido artículo, valiente por donde vive, en donde vaticinaba que es sólo una cuestión de tiempo para que el mundo equipare a Israel con países como la Sudáfrica del Apartheid. Esperemos que tenga razón.

viernes, 22 de enero de 2010

La lección del Patio . Diagonal Número 118

Las modificaciones que traen aparejados los cambios socioeconómicos, políticos, culturales y tecnológicos en nuestra sociedad tienen como resultado nuevas contradicciones y escenarios donde se libran tanto los conflictos sociales, como las formas de imposición del mando capitalista. En el último decenio coincidiendo con la aceleración de los nuevos procesos en marcha, han tenido lugar en algunas ciudades europeas innovadoras experiencias que tratan de aprehender las transformaciones en curso de la composición de clase y las diversas preocupaciones e inquietudes de una población cada vez más flexible, móvil y conectada.

Estos laboratorios que apuestan por la subversión metropolitana se han venido a llamar “centros sociales de segunda generación”, diferenciándose del modelo de okupación de los ‘80 y ‘90 al tratar nuevas temáticas y elaborar otras formas relacionales.

Entre éstas destacan por un lado, abandonar las dinámicas adscritas a los códigos endogámicos del gueto de la extrema izquierda muy marcadas estéticamente. Y por otro, abrirse a nuevos públicos y sensibilidades que normalmente no encontraban lugar en los clásicos CSOA (centros sociales okupados y autogestionados). Lo nuevo no borra lo pasado, simplemente se deshace de la parte de éste que lastra e impide afrontar el futuro con inteligencia, y el desarrollo en las formas de enfrentar el conflicto político.

Rompiendo estereotipos

Bajo esta premisa nace el Patio Maravillas en Madrid, que desde un principio comienza a hacerla efectiva al salir del estereotipado barrio de Lavapiés para echar raíces en otro, el de Malasaña, en un esfuerzo por devolverle el carácter antagonista del que algún día gozó. Los motivos por los que el Patio se ha convertido en protagonista de la realidad madrileña durante las últimas semanas hay que buscarlos en la urdimbre social tejida en estos dos años de existencia, y no en la amplificación mediática, que más bien debe ser entendida como consecuencia y no como razón.

Lo que subyace tras todo el proyecto es la demostración empírica de un formato que prioriza la apertura a las gentes, en detrimento de la custodia impoluta de creencias y principios diseñados de antemano que actúan como topes para la acción, y colocan un corsé asfixiante al desarrollo de las expresiones colectivas e individuales. Tanto el coro, el rapeadero, como las clases de castellano para inmigrantes y un larguísimo etcétera, que componen la vasta panoplia de actividades lúdicas, culturales, políticas o sociales ofrecidas por el Patio, funcionan a modo de colchón desde donde poder empezar hacer otra política. Al fin y al cabo es lo que se lleva practicando desde los inicios del movimiento obrero y las organizaciones de clase: lograr ofrecer desde la óptica de los movimientos distintas respuestas para las mismas preguntas que afligen a la población y conseguir articularlas en torno a una socialización que escape de la lógica del control y el beneficio del mercado. Ser capaces de poner sobre el tapete mecanismos de integración lo bastante eficaces como para que trabajadores del mismo ayuntamiento acudan a buscar asesoría constata que el camino a seguir pasa por cuestionar los códigos liberales de interacción ciudadana, contraponiendo a éstos otros parámetros basados en el trabajo por el común. Los apoyos labrados, y más tarde recolectados al trabajar con la diversidad y la diferencia, evidencian su fruto demostrando que en política la clave estriba en hacer más y mejores alianzas que el enemigo. Sólo arroparse con el aliento del mayor número de organizaciones, personas y colectivos de distinta índole, y la legitimidad construida que permite presentarse en sociedad como un actor más, otorga la oportunidad de alterar el equilibrio de fuerzas hegemónico, que en nuestro caso, claramente se escora a la derecha. Así es como adquieren un sentido proteico las actividades proyectadas: más allá de la experiencia propia de cada individuo, de cada gusto en particular por uno u otro evento, lo interesante se encuentra en el fundamento político del conjunto.

La oferta lanzada al aire por el alcalde Gallardón dista mucho de ser una locura o ignorancia y desconocimiento de los métodos de actuación en los círculos de la izquierda antagonista. Cansado de regalar titulares en los periódicos y telediarios, su intención no es otra que desviar la atención y dar un golpe de efecto de cara a un posible electorado que no lo ubica en los sectores más rancios del PP. Un día concede el permiso a una carroza de los antiabortistas en una cabalgata de Reyes, y al siguiente en rueda de prensa reconoce la labor social de los okupas. Para comprender el juego político es necesario abandonar la concepción monolítica de la política, según la cual no existen fisuras en las relaciones de poder y el sistema funciona como un todo perfecto que responde a una sola voz. Siguiendo esta lógica, desde las alturas el único Leviatán decide y supervisa cualquier movimiento, desde el primer periodista, hasta cualquier político, juez, etc. Así nunca se entendería como existen muchas asociaciones de carácter pro-gresista pidiendo subvenciones que nunca reciben, pero que unos okupas que no lo hacen, observan como el propio alcalde se las oferta. La realidad es que por mucho que le moleste a la Brigada de Información de la policía, al Patio no puede tratarlo como un problema de orden público y seguir el protocolo indicado para estos casos, resolviendo rápidamente el problema.

En cualquier caso el dilema al que se somete es político y como tal, coloca al Patio en una posición privilegiada, más habiendo demostrado una capacidad de respuesta contundente al okupar otro espacio el mismo día. Sin duda es un terreno pantanoso que alberga peligros, pero al mismo tiempo permite jugar en otra liga, en la posición desde donde poder construir, aunque sea a pequeña escala, un nuevo orden simbólico que compita con la feria de sentidos a los que estamos expuestos, en apariencia de imágenes banales y valores mercantiles que actualmente impregnan el sentido común.

Igualmente el proyecto aquí descrito está en posición de acentuar sus aspectos puramente políticos. Con esto no hago referencia al viejo manual leninista que somete toda diversidad a la reducción del centro, sino en hacer de la complejidad una potencia de acción a la ofensiva. Lanzo aquí un par de sugerencias: la necesidad de recobrar parte de la cultura militante que entiende que el conflicto también se encarna en lo personal, y que para defender el espacio frente a las posibles actitudes sexistas, fascistas o autoritarias, el respeto se debe imponer colectivamente y no depender de las individualidades. Y la necesidad de articulación de las fuerzas posibles y latentes en pos del derecho a la ciudad –movilidad, renta básica–, en clave de clase, ofreciendo discursos alternativos a la crisis de la sociedad del trabajo.

http://www.diagonalperiodico.net/la-leccion-del-patio.html