martes, 14 de septiembre de 2010

De la Imbecilidad a la lucha de clases

"La desgracia no une a las gentes, sino que las separa;
y donde parecería natural que dolor común debiera fundirlas hay mucha más injusticia
y crueldad entre ellas que entre las relativamente contentas"
Anton Chéjov

Durante los últimos tiempos hemos pasado de ver como la actual crisis es fruto del pinchazo de la burbuja inmobiliaria y las actitudes especulativas del crédito , a centrar el debate en torno al acoso y erosión de derechos conquistados, bajo el amparo demandado de una falsa solidaridad que deben mostrar los sectores más desfavorecidos. Ya ni siquiera se escucha el cacareado “esto lo arreglamos entre todos”, puesto que directamente – y ya sin tapujos-, recae todo el peso de la ley sobre las espaldas de las clases subalternas.


Poco a poco, desde los grandes medios de comunicación y desde casi todo el arco parlamentario se ha transmitido a la población la idea de que independientemente de las causas de la crisis, la única solución viable pasa por una reforma laboral voraz, el recorte en el gasto público y la pasividad en el terreno de lo social. De la CEOE no se dice ni una sola palabra, salvo cuestiones digamos técnicas, como que Díaz Ferrán no es el mejor candidato a presidirla, pero en ningún caso entra en discusión el cogollo de la cuestión: el antagonismo de intereses entre la continua acumulación de rentas por parte del capital – y de propiedad- y el detrimento proporcional de las rentas del trabajo escenificado en la intensificación de los ritmos productivos, el paro estructural y la disparidad brutal entre la reducción del salario y el aumento del beneficio privado: El PIB es sobretodo un indicador de crecimiento del capital, no del bienestar común. La supuesta naturalidad sociológica con la que se presentan las relaciones de dominación y explotación establecidas a priori como bases indiscutibles provoca reacciones –con todo sentido del término- , entre parte de la población. Éstas tienden a girar 180 º el foco de atención y apuntan a sectores más al alcance, más palpables, como los funcionarios o los trabajadores del sector público y así resolver el bloqueo mental colectivo, dejando al margen la discusión del libre mercado intocable.

Las formas difusas del fascismo social no sólo se presentan en la acusación del penúltimo contra el último – trabajadores autóctonos contra migrantes-, sino también se articula de manera inversa, el último contra el penúltimo. La construcción de una opinión pública reaccionaria en donde jóvenes precarios y temporales acusan de privilegiados a los trabajadores del metro, refleja en los dominados las ideas de los dominantes abogando por arrastrar a la incertidumbre laboral a aquellos que todavía gozan de cierta seguridad.


El ataque frontal hacía la existencia misma de sindicatos, dista mucho de las lecturas hechas por sectores de la izquierda extraparlamentaria, ya que en palabras de un representante del grupo Vocento en el transcurso de una tertulia, “su profunda ideologización y su postura obtusa al definirse como sindicatos de clase”, cristalizan su inutilidad como interlocutores y entorpecen la recuperación de la economía española. Es decir, la realidad discutida nada tiene que ver con una superación del sindicalismo oficial por medio de consejos, soviets, asambleas u organizaciones que abogan por un reparto radical de la riqueza; más bien todo lo contrario, mientras nos perdemos en señalar a CCOO y UGT como traidores “de la causa obrera”, Telemadrid utiliza el ejemplo de la CNT como sindicato que no recibe dinero público a modo de arma arrojadiza contra la subvención de los mismos.

Hay que reconocerlo, hemos sido totalmente incapaces de influir en la opinión pública y generar discursos y marcos de referencia alternativos. Testigos de nuestra propia miseria, nos conformamos con echar balones fuera, justificando en ese exterior constitutivo que siempre nos engaña, muchas de nuestras debilidades a la hora de organizar el antagonismo acorde a la base material de la sociedad postindustrial, es decir, de los tiempos que corren.

Para nada mi objetivo aquí es defender el papel de las grandes centrales sindicales, ni mucho menos criticar la postura legítima del anarcosindicalismo, sino la de plasmar una realidad que tiene como chivo expiatorio los sindicatos, pero cuyo objetivo es el de acabar con toda forma visual y explícita de la existencia de la lucha de clases. Posiblemente todos y todas tenemos rencor a unas centrales sindicales adormecidas, al típico liberado trajeado que se pasea – a veces-, por la empresa como si fuera un accionista más, o a la falta de un control férreo, democrático de base sobre las funciones esenciales que –algunos- liberados pervierten.

Aún así, debemos escapar de las visiones de los pequeños mundos autistas hiperpolitizados – en realidad más estéticos y dogmáticos que políticos-, ya que un escenario de derrota en la Huelga general no ayudará en nada a la toma de conciencia de que los sindicatos están obsoletos a la hora de defender los derechos de los de abajo y en consecuencia la gente despertará: el cuanto peor mejor, casi siempre acaba en peor todavía. Una derrota supondría la constatación de que el ciclo de reflujo en el que lleva años metida la izquierda se hunde hasta las profundidades. Chapotear en el lodo de la marginalidad, de las supuestas posturas que mantienen la pureza de los individuos que siempre se mantuvieron firmes en sus convicciones predeterminadas, es poco más que un ejercicio de narcisismo estéril y vacío de perspectiva revolucionaria.

La huelga es un repertorio de acción colectiva que nació en los albores movimiento obrero, conquistado con sangre, esfuerzos, dinero y tiempo. Un mecanismo idóneo para una sociedad construida alrededor de la inclusión social a través del salario en el ciclo de reproducción social. Pero a día de hoy, hemos pasado del socialismo del capital con unas relaciones de producción estatalizadas, al comunismo del capital donde la reestructuración del modo de producción amplia, revive e innova las formas de explotación, libres ahora de las cadenas de la regulación estatal.

Toda la multitud y heterogeneidad de nuevos sujetos explotados –precarios, migrantes, info-trabajadores -, junto con las formas contractuales que avanzan hacia el modelo de agentes libres*1, advierten que la gradual decadencia de la huelga como arma de guerra, deberá ser sustituida, o repensada por nuevas instituciones del movimiento: esa debe ser nuestra tarea a medio plazo.

Las luchas venideras se deben encaminar a mostrarse fuera de los centros de trabajo, en toda su dimensión metropolitana como herramienta de los que no estamos incluidos en el círculo de inclusión salarial, exigiendo así el derecho a la ciudad y a la renta básica, no como únicamente derecho laboral, sino también social, cultural y existencial, es decir de vida, pues de vida se nutre el capital del conocimiento y no sólo de las 8, 6,4 o 2 horas de empleo.

De hecho, los ejemplos de las últimas huelgas como las del metro de Madrid, conductores de Bus de Barcelona y ahora mismo en los ferrocarriles de la Generalitat de Catalunya, apuntan sin lugar a dudas en esta dirección. Lograr una victoria no depende ya únicamente en paralizar al completo los servicios, sino en la manera en que la batalla se libre en el terreno de la metrópoli, en la opinión pública, que a modo de César levantará o bajará el pulgar, aplaudiendo o condenando la huelga. La metrópolis se convierte ahora en el nuevo “centro de trabajo” de la Multitud, lugar privilegiado donde en un futuro cercano tenderemos que pensar en pasar de la imbecilidad a la lucha de clases o seguir chapoteando en el barro.



*1 Por agentes libres se entiende un modelo contractual en donde el trabajador prescinde del sindicato y los convenios colectivos y negocia directa e individualmente sus condiciones con la empresa. El acuerdo viene a efectuarse a medida, personalizado y acorde a las “necesidades” de ambos agentes que en ningún momento se deben nada a cambio. Es el sueño de la empresa flexible hecho realidad, poder dinamizar los recursos humanos sin traba alguna a la par que varían los caprichos de la producción del just in time, a tiempo real.