martes, 22 de marzo de 2011

La juventud y la política: pasotas y comprometidos

Cuando queremos medir la calidad democrática de nuestras sociedades en general y de España en particular, se suele tomar como referencia –entre otros-, el índice de participación en unas elecciones. Por lo tanto, si deseamos conocer el grado de compromiso que mantiene la juventud española en relación a la política con mayúsculas, los índices de votación, vendrían a hacer de vara de medir.

Sobre esta premisa se basan todos análisis institucionales y estudios propios de la corriente principal –mainstream-, pero ¿son del todo ciertos?, ¿son suficientes para conocer el nivel de politización de la juventud? Existe una multiplicidad de cuestiones, que exceden un marco analítico que trata los hechos como si de un mecanismo funcional, en ausencia de modificaciones se tratara.

Maquiavelo, padre de la política moderna, ofrece entre sus grandes aportaciones, la consideración del conflicto como una parte intrínseca del propio desarrollo político y no como algo anecdótico. Un conflicto, que la ciencia política más al uso ha creído saber desterrar, gracias a la gestión institucional, a su canalización a través de medios claramente identificables y reflejados en las constituciones y regímenes políticos en vigor. En consecuencia, la relación entre participación política y ciudadanía, de interacción democrática, viene únicamente definida por los cauces institucionales que contiene el marco constitucional. Desde esta perspectiva, se niega toda capacidad de cambio histórico y se asimila una perfecta combinación y equilibrio constitución formal y constitución material, que además tiene un carácter perenne en el tiempo.

Un discurso retórico

El binomio jóvenes-voto, como sinónimo del interés por la política, no tiene ningún fundamento que no sea puramente retórico. Pueden darse casos en los que una persona acuda a votar, pero no por ello, significa que se interese por la realidad política; más allá del trámite de diez minutos que lleva depositar la papeleta. Al contrario también puede ocurrir; jóvenes que no participan en las elecciones pero que mantienen una efervescente actividad política o social en el transcurso de su vida cotidiana.

¿Son necesariamente pasotas los jóvenes que no votan y comprometidos los que sí lo hacen? Ninguna de las dos opciones guarda una conclusión determinista y además no son incompatibles entre sí. Es entonces, cuando debemos ampliar nuestro foco de estudio e incluir otras formas de expresión política, más allá de la oficial, que a menudo son denostadas como una política del abismo, fuente de anomia y caos. La llamada política contenciosa, es decir, la política que actúa desde los márgenes de la oficialidad y excede el marco institucional, viene a ser cada vez más central, en una época de creciente desafección hacia la política representativa.

Tanto es así, que en el último informe sobre el estado de la democracia en Catalunya, se han incluido estudios que abarcan formas no oficiales de hacer política, con la intención de comprender la actualidad de los tiempos que corren.


Los niveles de disruptividad –de ruptura con la normalidad-, en los distintos casos estudiados, arrojan indicadores para nada despreciables si realmente se quiere comprender la actividad política de los jóvenes y la población en general. Ejemplos como el movimiento universitario contra el llamado Plan Bolonia, o el movimiento por una vivienda digna, desmienten en gran medida, el pasotismo de una juventud hundida en el botellón y el ocio en general.

La creación pasajera de instituciones que cuentan con un nomos -normas- propio, en la manera de gestionar las decisiones políticas, se encuentra en las antípodas de un rechazo en la participación de las cuestiones comunes, de la política. Algo muy distinto de la lectura hecha desde las instituciones, puesto que, se acerca más al rechazo de una forma concreta de entender la política, que a la política en sí misma. El ejemplo tunecino o el egipcio, vienen a cristalizar la magnitud de la política contenciosa y la influencia en la realidad de altos niveles de disruptividad; pero no es una particularidad del mundo árabe.

Rechazo institucional

En Grecia, los niveles de desafección hacia la política representativa nunca han sido tan altos, lo que no impide que la politización entre los jóvenes haya crecido desmesuradamente casi de manera paralela al rechazo institucional.

Hace unos días, miles de jóvenes portugueses salieron a la calle bajo el lema “generación en apuros”, sin el apoyo de los partidos, y cuando así sucede, el partido tiene que adaptarse a las formas de la política de movimiento y no al revés. Este mismo periódico, se hacía eco de una campaña lanzada en las redes sociales por una asociación universitaria de la Complutense, llamada Contrapoder, que camina en la misma línea discursiva que la de los portugueses: “No vas a encontrar trabajo fijo en la puta vida. Sin curro, sin casa, sin pensión: no hay futuro para la generación precaria”.

Estas y otras campañas, como la prevista en España para el 15 de mayo, que abogan por “una democracia real ya”, cuentan ya, con más de 13.000 asistencias confirmadas en Facebook. Una idea que no se limita al caso español, como demuestra el movimiento violeta en Italia o la reciente la campaña inglesa donde todo un conjunto de entidades llaman a la movilización en Londres para el día 26 de marzo.

Sin duda, las redes sociales de internet facilitan y sirven de multiplicador de la difusión de las demandas y aun no siendo la causa de ninguna movilización, si que pueden entenderse como un síntoma de la insuficiencia democrática de los actuales cauces instaurados. A fin de cuentas, la imposibilidad de erradicar el antagonismo, es algo que Maquiavelo ya atisbó cuando escribe sus discursos sobre la obra de Tito Livio: “Toda ciudad debe arbitrar vías por donde el pueblo pueda desfogar su ambición, sobre todo las ciudades que quieran valerse del pueblo en los asuntos importantes

miércoles, 16 de marzo de 2011

La comunicación como campo de batalla: El absolutismo de la extrema derecha y la iniciativa de la Tuerka CMI

En los últimos años el conjunto de la escena mediática ha ido tomando cada vez más una tonalidad casposa con clara orientación a la derecha. La entrada en vigor de la TDT ha catapultado como nunca antes todo un abanico de cadenas, que presentándose como independientes –gran concepto liberal para separar política de economía-, logran hegemonizar una cuota creciente de la audiencia. No voy a entrar tanto en la política de medios que ha seguido Zapatero, al ceder lo que sea con tal de beneficiar a sus allegados, o en la consecuente actitud de Esperanza Aguirre ofreciendo todo tipo de facilidades disponibles para mejorar su difusión. Más bien me interesa que al parecer, tras un tiempo de letargo, la derecha más cavernícola está dispuesta a volver con fuerzas renovadas, a reclamar su pedazo de pastel ideológico y extender su discurso cancerígeno.

Se ha abierto la caja de pandora; se han dado cuenta de que no pasa nada por gritar a viva voz barbaridades, por denigrar orientaciones sexuales, humillar orígenes culturales y sensibilidades nacionales, por mofarse de la emancipación de la mujer y detestar los derechos conquistados por la clase trabajadora. Su propio miedo escénico, se ha desvanecido al observar que enfrente tienen una ciudadanía con un carácter que oscila entre la indiferencia, la receptividad y entre los menos, la indignación. No hay razón entonces, para no extenderla semilla de una derecha postmoderna que nada en río revuelto como pez en el agua, entre el descontento, la frustración y la incomprensión de una realidad cambiante; aprovechando el derrumbe e influencia de algunas de las clásicas instituciones –partido, sindicatos, AAVV etc..-, que estructuraban marcos de referencia ideológica más difíciles de permear.

La confusión es el terreno donde mejor se maneja el retorno –e innovación- de valores excluyentes y el aumento de las teorías del darwinismo social. Éste es el punto de no retorno donde una izquierda pusilánime, enfrascada en la convicción de su superioridad moral y cultural, ha cedido durante mucho tiempo el espacio de la incorrección política y de la defensa ardiente de sus intereses, algo que ahora lo está pagando muy caro. Refugiarse en la indiferencia altiva ante unos discursos formalmente insultantes a la inteligencia humana, pero materialmente influyentes entre la población, no deja de ser un ejercicio narcisista y políticamente inútil. La caverna postmoderna parece haber comprendido mejor que la izquierda que en la economía digital, la construcción de sentido común pasa por su expansión en las formas de comunicación. No por nada las palabras comunidad y comunicación comparten la misma raíz, entendiendo la segunda como el vehículo que transmite la cultura proyectada sobre la primera: sin comunicación no hay comunidad. La producción de sentidos y significados –semiosis-, que inoculan valores compartidos adquieren una función central en un capitalismo cuyo recurso más preciado, descansa sobre el manejo de información, el trato de los signos y la capacidad comunicativa.La derecha ha sabido captar que su supervivencia, también pasa por elaborar marcos de referencia, brújulas que guían y encuadran sus respuestas a los problemas contemporáneos de la sociedad.

Esta es, a mi juicio la principal apuesta de la tertulia política emitida en la televisión Tele-K, la Tuerka Con Mano Izquierda, que con grandes limitaciones yrecursos precarios intenta aportar un destello de luz a la nefasta y preocupante opción política mediática. Cabe perfilar infinitos aspectos e incorporar la inteligencia creativa, los tiempos y responsabilidades de muchas personas, pero haciendo una comparación entre la primera emisión del programa con la de los últimos, los resultados son claramente favorables. Se ha mejorado en estética, en producción y puesta en escena, se han incorporado y dinamizado secciones como “la ciudad es mi campo de batalla” y aumenta la capacidad de discusión con ponentes que exceden el humilde marco de la Tuerka. Queda por supuesto esforzarse por democratizar el lenguaje, fomentar la excitación del debate, pero sobretodo faltan recursos económicos. Organizar un sólo programa a la semana conlleva un desgaste tremendo en términos mentales y de disponibilidad horaria, más aún, cuando la variable de tener que buscarse un sustento del que vivir limita la evolución de cualquier proyecto que pretenda ser serio. Tiempo para generar ingresos, dinero personal para subsanar gastos y toda la batería de mediocridades a las que se ve obligada la izquierda para sacar algo adelante.

En ocasiones se gasta más tiempo y esfuerzo en sostener económicamente un proyecto, que en desarrollarlo, lo que nos coloca a la izquierda en una coyuntura económicamente infantil. Por esta razón, algo que no cuesta más esfuerzo que un click de ordenador, como es suscribirse al canal de youtube de la Tuerka, supone un gesto importante de cara al mantenimiento del proyecto; se necesitan al menos 2000 suscriptores para empezar a creer que se puede extraer dinero y así ayudar a su mantenimiento. Se espera que la tuerka CMI pueda aportar nuevas ilusiones junto con la red de iniciativas transformadoras que tienen lugar aquí y allá. Empecemos a perder el miedo y las formas, a convencernos de que la cultura y la combatividad hacen buena pareja, porque de nada sirve defender la alegría sin organizar la rabia y viceversa. A ellos ya no les da vergüenza sacar a relucir sus miserias, es más, lo han convertido en su principal activo, ya va siendo hora de que la izquierda les recuerde lo que realmente son. Como dice Slavoj Zizek, tomando hoy las palabras enunciadas por Gramsci al definir una época que se inaugura con la Primera Guerra Mundial; “el viejo mundo está agonizando y el nuevo mundo lucha por nacer: ahora es el tiempo de los monstruos”

La izquierda y el prohibido prohibir del tabaco

Ante la reciente normativa que restringe el uso del tabaco en lugares de acceso público, como los bares y restaurantes, ha surgido todo un debate dónde paradójicamente se escuchan voces a favor del tabaco desde algunas posturas de la izquierda social. Haciendo bandera del antiprohibicionismo –los hay que hablan de ponerse un brazalete con un piti- y de una supuesta visión represiva de derechos, se pretende justificar lo injustificable; aceptar que está en la misma posición aquel que emite humo dañino para él, pero sobre todo para el resto, como la persona pasiva que ningún daño hace. Aquí el imperativo categórico de Kant cobra toda validez; no hagas a los otros lo que no quieres que te hagan a ti. Podemos desviar la atención en variables paralelas, pero que nunca justifican en sí mismo fumar en los bares. Argumentar que la ciudad está llena de coches, que las empresas contaminan muchísimo, que la gente no usa el transporte público y un largo etcétera, pierden todo su valor al no ser incompatibles con las del humo del tabaco.Abogar por cerrar la ciudad al coche, por plantear un modelo distinto de organización socioeconómica y ecológica y además aprobar la restricción de humo de tabaco, dejan vacías las reclamas de los protabaco.

A diferencia de lo que se suele postular, no se busca criminalizar al fumador y tampoco implantar una ley seca del tabaco, nada más lejos de la realidad. Personalmente abogo porque cualquiera tenga la libertad de tomar todo tipo de sustancias, incluida el tabaco. Nadie duda aquí del gozo que le supone a alguien fumarse un pitillo después de comer y de su derecho a disfrutarlo, pero ese no es el debate, no nos engañemos. De lo que se discute es de libertad, pero ¿de qué libertad hablamos, cómo se define y qué actores entran en juego?

Si lo estudiamos desde la perspectiva de una persona de izquierdas, habría en primer lugar, que posicionarse con el actor más débil de una relación; en éste caso los más de un millón de camareros , camareras, trabadores de casinos etc.., que no tienen porqué, además de estar trabajando, aguantar unos niveles de humo insoportables durante ocho horas al día. Al igual que cualquier trabajador, tienen todo el derecho a evitar esa situación cotidiana en su lugar de trabajo. Hay quien afirma, que al igual que existen trabajos con un plus de peligrosidad, tipo mineros, al trabajar en la hostelería debería aplicarse el mismo criterio. Rápidamente abandonamos las lecturas de clase, para equiparar la obviedad del peligro que implica la mina, con la situación de alguien que sirve cafés o trabaja de croupier en un casino. Se le paga un plus por el humo que soporta y todo arreglado, es decir, algo totalmente evitable se pretende subsanar con dinero, cuando se puede gestionar en otros términos. Que yo sepa nada implica que el bar tenga su razón de ser en ir a fumar, como tampoco la había en los aviones, los cines etc.. El Estado no es quién para entrometerse en las normas de un local privado dicen, pero omiten que todo local cuenta con una licencia pública y está sujeta a una serie de condiciones, entre ellas, las de la defensa en la salud de sus trabajadores. ¿Deberíamos dejar entonces, en mano de los empresarios hosteleros la decisión sobre normas de éste tipo? Sabemos que esa opción siempre se traduce en chantaje, frente al débil poder de negociación social del precariado de la hostelería. El control estatal puede ser horrible, pero lo es mucho más el que puedan ejercer las empresas que trafican con la fuerza de trabajo, por no hablar del control biopolítico que inoculan las multinacionales del tabaco.

Todos los estudios de o­ncología, apuntan a que las únicas mejoras en la salud se dan únicamente cuando dejan de estar expuestos al humo del tabaco, a no ser, que le demos más validez a los análisis pseudocientíficos que elaboran las tabacaleras y sus tentáculos bien financiados como la FEHR o grupos creados como el club de fumadores por la tolerancia. Defender la libertad de fumar tabaco como un acto rebelde, tiene el mismo valor transformador que la sensación de sentirse libre cuando se conduce un coche a gran velocidad: nula. La supuesta tolerancia y autoregulación entre fumadores y no fumadores –lema de Philip Morris-, se ubica en las antípodas de una visión libertaria que rechaza al Estado opresor, al contrario, se acerca más a los postulados neoconservadores que sacralizan el derecho individual por encima de todo. No es casualidad entonces, que haya sido la derecha más cavernícola, la que haga de punta de lanza en su cruzada por la libertad del tabaco. Intereconomía tiene un anuncio que así lo resalta y su brazo mediático, La Gaceta, cuenta con un banner en su web con la imagen de un preso apretando las barras de una celda, en contra de la política represiva de Zapatero. El dueño del asador de Marbella, retrogrado descarnado, cuenta con todo el apoyo del PP de la zona.

Mezclar la medida con la inutilidad de Zapatero, la hipocresía de recaudar dinero con el tabaco o la inoperante medida que obligó a reformar miles del bares, para luego prohibir totalmente el tabaco, es echar balones fuera y no reconocer el debate real. Una visión de izquierdas, autónoma, no puede escudarse en su subjetividad de fumador - que en ocasiones nubla su criterio por estar condicionado a una sustancia-, en realidad, debería afirmar su ética colectiva y su subjetividad como persona que defiende, entre otros criterios, el de clase.

AENA: viajeros, huelgas y el precariado que se viene

La amenaza de huelga de los y las trabajadoras de AENA, han confirmado todas las sospechas que apuntan hacia un imaginario social cada vez más reaccionario. Cuando los controladores aéreos dejaron vacios masivamente sus puestos de trabajo, las discusiones en la izquierda, se centraban en si había que denostar a los controladores por corporativistas y privilegiados, o por el contrario, comprender que lo importante era la amenaza de privatización. Pues bien, ahora cuando son simples y llanos trabajadores, quienes encuentran en la huelga su mecanismo de resistencia, la lluvia de insultos y deseos de mano dura contra ellos, no ha variado un ápice por el hecho de cobrar 1200 euros en lugar de 200.000 euros. Es decir, mientras que la izquierda levitaba en su mundo discutiendo sobre un verdadero posicionamiento, al conjunto de la población lo único que le importa es sacralizar su derecho a viajar, se ponga quien se ponga delante. El mapa sociolaboral se presenta extremadamente grave por dos motivos, principalmente. En primer lugar, comienza a desvanecerse la idea de que las huelgas son un mecanismo democrático, necesario para la defensa de los intereses de los asalariados. Todo un trastorno cultural y antropológico, que interpreta los derechos entendidos como consumidor y cliente, orgulloso de un cinismo que se jacta de pasar de la política, pero que comprende a la perfección las bases del funcionamiento de un libre mercado aparentemente despolitizado. En segundo lugar y como reacción a la reacción, las posturas y discursos de los sindicatos, suelen afianzarse en la idea originaria del movimiento obrero, de mitos y ritos impolutos, casi sagrados, en los que hay que insistir porque al parecer no se han repetido lo suficiente. Por lo tanto, se presenta un escenario borroso y de difícil solución.

En ningún momento el debate gira en torno a la privatización de bienes públicos, bien sea porque las posiciones se apoyan en la supuesta eficiencia del mercado, o bien sea, porque se asume –inconsciente o conscientemente-, la realidad colectiva como una derrota y la libertad individual –en este caso de viajar-, prima sobre cualquier defensa laboral. Reaccionario también, porque precisamente los pocos sectores que todavía cuentan con capacidad de presión, son precisamente aquellos a los que la ciudadanía acusa de privilegiados, ya que ellos, no gozan de semejante placer. Es la guerra del penúltimo contra el último, de autóctonos contra inmigrantes, y al mismo tiempo, del último contra el penúltimo, precarios y temporales contra trabajadores del sector público. Un planteamiento idóneo para alisar el espacio del capital y llevar a cabo todo tipo de reformas, que siempre benefician a intereses privados, a costa del resto, también de los que viajan. Cuando privaticen AENA, quizá por el peso con el que todavía cuentan los sindicatos en las negociaciones, se logren salvar el grueso de condiciones laborales actuales, pero en cualquier caso, será una medida temporal donde los nuevos que entren, lo harán bajo el manto de la precariedad y la subcontrata. Muchos de los hijos e hijas de los activistas iracundos, que hoy atacan todo lo que huela a huelga, mañana cuando sufran la precariedad, tendrán que agradecerle a sus progenitores el legado de la vida que lleven.

En el debate de la Tuerka CMI de hace un par de semanas, sobre sindicalismo, a los ponentes se les preguntaba por el papel que deben cumplir los sindicatos en la economía digital del siglo XXI y la era de la precariedad. La respuesta, unánime, ponía el acento en la recuperación de valores perdidos, en la reactualización de ideas bien pensadas para otro tiempo, pero incomprensibles para el nuestro. Incluso, ni siquiera plantearse la necesidad de cambios que se adapten a la realidad de la fuerza de trabajo contemporánea. Ante la pregunta de por qué manejando datos similares con la huelga del 2002, la huelga general del 2010, se ha percibido de forma distinta, más débil; el ponente de CCOO respondía, que la percepción podrá ser la que se quiera, pero los datos estaban allí y eso era lo importante. Estas dos afirmaciones son el síntoma de lo que antes llamaba la reacción de la reacción. Frente a las transformaciones de una fuerza de trabajo precaria e inmaterial y las bases de un capitalismo fundado sobre el saber y la financiarización, mejor refugiarse en la solidez de un mundo que se desvanece. La importancia de la percepción pública sobre un conflicto, amplificada por las comunicaciones y medios, traslada también, fuera del centro de trabajo, el desenlace final del acontecimiento en cuestión. La construcción de la opinión pública, la vinculación de emociones compartidas sobre un mismo hecho y las lecturas que se hacen de la realidad, son infinitamente más importantes que los datos manejados sobre energía en los polígonos industriales.

El problema de AENA, es entonces, el del fantasma de la precariedad; fantasma que para muchos y muchas, desde hace ya tiempo, se ha convertido en un compañero de viaje; y no parece que pretenda abandonarnos. Alrededor del mundo una fuerza de trabajo cada vez más intelectualizada –que no intelectual-, comienza a dar muestras de lo que antes se llamaba centralidad obrera; es ahora cuando urge construir un nuevo imaginario que vuelva a emocionar, a impactar en el pecho de la gente. Lo llevamos viendo en medio mundo, ayer mismo en Portugal salieron miles de precarios, “la generación en apuros”, se hacen llamar. Para el 26 de marzo, en Londres, se proyectan acciones masivas con la intención de cortocircuitar la temporalidad dominante, abriendo espacios a la multitud, cerrándoselas al mercado. Aquí, la generación sin futuro, aún hiberna, en nosotros está darle voz pública; pero queda claro que los Sex Pistols se equivocaron de año al gritar aquello de “No Future”; es más propio de nuestros tiempos.

Pongamos que hablo de violencia: De Egipto a Libia pasando por Europa

Resulta paradójico que a raíz de las revoluciones que protagonizan algunos países árabes, los mandatarios occidentales no paran de reiterar su voluntad por una transición pacífica a la democracia. Digo paradójico, pero en realidad forma parte de la estructura de un discurso que remite a identificaciones ideológicas. Aunque aparentemente presentadas como un razonamiento lógico y obvio, no dejan de ser representaciones de intereses concretos. Si borramos la dimensión moral del rechazo a la violencia y en cambio la estudiamos de manera analítica, se pueden extraer algunas conclusiones de su función histórica. La historia de la violencia es la historia de su gestión, ante la imposibilidad de su extinción total.

Los métodos punitivos han ido pasando de la muestra pública y sádica, de la tortura en el cadalso como expresión del poder del soberano, a su gradual reclusión y ocultamiento al ojo público gracias a su gestión y administración. Lo mismo sucede con las transformaciones sociales; en tanto y cuanto un Estado de Derecho articula mecanismos de integración a las demandas, la gestión no solamente descansa sobre el monopolio de la violencia, sino también, sobre la legitimad social ideológicamente hegemónica. Durante los llamados “treinta años gloriosos”, de la gran transformación en palabras de Polanyi, este contexto de regulación del conflicto da origen en Europa a un Estado de Bienestar, surgido del reparto del beneficio salarial pactado entre trabajo y capital. Podemos entonces afirmar con Michael Foucault, que durante esa época hasta el estallido del 68, la política es la continuación de la guerra por otros métodos y no al contrario.



Por lo tanto, una vez aceptada la hipótesis de que es imposible mitigar al completo la agresividad innata al ser humano –como también lo es la cooperación-, sólo resta pensar en construir instituciones que la contengan; la pregunta es cómo y en beneficio de quién. No hay nada que indique que por sí misma, en todos los casos y coyunturas histórico-políticas, la violencia sea un mecanismo útil para transformar la realidad. Pero al mismo tiempo, la violencia como demostración de fuerza, ha sido y es, una herramienta determinante. El “ismo” del pacifismo y del violentismo son dos variantes de un mismo dogma. ¿Qué resulta más violento, las manifestaciones de la juventud griega, las revueltas árabes, o el monopolio de la violencia estatal y lo planes de ajuste del FMI?



Decía Hobbes, padre del Estado moderno, que la primera norma que prima sobre las demás, es la de aceptar primero de todo, la obediencia al soberano como ley natural, en el tránsito de lo que llama estado de naturaleza a la sociedad civil. Por lo tanto según Hobbes, salir del estado de naturaleza implica aceptar ciegamente la ley natural de la obediencia. Pero la historia demuestra que la obediencia lejos de fundarse en un origen natural, expresa la defensa de un status quo socialmente construido. Una forma de orden concreta, que se presenta siempre como garante de la universalidad y como la única alternativa viable. Ésta conclusión junto con todas las teorías llamadas “objetivistas” y de elección racional, que naturalizan las relaciones sociales basadas en el coste-beneficio individual, entraron hace mucho tiempo en entredicho; pero últimamente se revelan totalmente irreales.



¿Es buena la violencia, es mala la violencia? La respuesta es obvia, sacada de contexto, en abstracta siempre se considera como algo maldito. pero ¿acaso los regímenes árabes cuando transcurría “la normalidad”, no estaban sostenidos por la violencia más atroz? ¿no funcionaban las dictaduras como anillo al dedo para alisar el espacio de implantación de multinacionales y la acumulación de capital privado? Vienen a la mente las palabras de Sartre en el prólogo de Los condenados de la tierra, del mítico Franz Fanon, estudiando la situación que vivían las naciones colonizadas por países europeos, en Argelia concretamente. A los revoltosos argelinos sólo les quedaba la violencia como herramienta de lucha, pero también como la única terapia para liberarse colectivamente de las penurias, la represión sufrida y así revivir el gozo de vivir; ésta es la emoción que viven hoy las gentes árabes. En una coyuntura política muy distinta, un sentimiento similar parecen estar obstinados en despertar en Europa. Grecia no es Egipto ni Túnez y aún menos Libia, pero las reformas y los planes de ajuste que imponen los mercados, apuestan porque lo sea.