miércoles, 16 de marzo de 2011

La izquierda y el prohibido prohibir del tabaco

Ante la reciente normativa que restringe el uso del tabaco en lugares de acceso público, como los bares y restaurantes, ha surgido todo un debate dónde paradójicamente se escuchan voces a favor del tabaco desde algunas posturas de la izquierda social. Haciendo bandera del antiprohibicionismo –los hay que hablan de ponerse un brazalete con un piti- y de una supuesta visión represiva de derechos, se pretende justificar lo injustificable; aceptar que está en la misma posición aquel que emite humo dañino para él, pero sobre todo para el resto, como la persona pasiva que ningún daño hace. Aquí el imperativo categórico de Kant cobra toda validez; no hagas a los otros lo que no quieres que te hagan a ti. Podemos desviar la atención en variables paralelas, pero que nunca justifican en sí mismo fumar en los bares. Argumentar que la ciudad está llena de coches, que las empresas contaminan muchísimo, que la gente no usa el transporte público y un largo etcétera, pierden todo su valor al no ser incompatibles con las del humo del tabaco.Abogar por cerrar la ciudad al coche, por plantear un modelo distinto de organización socioeconómica y ecológica y además aprobar la restricción de humo de tabaco, dejan vacías las reclamas de los protabaco.

A diferencia de lo que se suele postular, no se busca criminalizar al fumador y tampoco implantar una ley seca del tabaco, nada más lejos de la realidad. Personalmente abogo porque cualquiera tenga la libertad de tomar todo tipo de sustancias, incluida el tabaco. Nadie duda aquí del gozo que le supone a alguien fumarse un pitillo después de comer y de su derecho a disfrutarlo, pero ese no es el debate, no nos engañemos. De lo que se discute es de libertad, pero ¿de qué libertad hablamos, cómo se define y qué actores entran en juego?

Si lo estudiamos desde la perspectiva de una persona de izquierdas, habría en primer lugar, que posicionarse con el actor más débil de una relación; en éste caso los más de un millón de camareros , camareras, trabadores de casinos etc.., que no tienen porqué, además de estar trabajando, aguantar unos niveles de humo insoportables durante ocho horas al día. Al igual que cualquier trabajador, tienen todo el derecho a evitar esa situación cotidiana en su lugar de trabajo. Hay quien afirma, que al igual que existen trabajos con un plus de peligrosidad, tipo mineros, al trabajar en la hostelería debería aplicarse el mismo criterio. Rápidamente abandonamos las lecturas de clase, para equiparar la obviedad del peligro que implica la mina, con la situación de alguien que sirve cafés o trabaja de croupier en un casino. Se le paga un plus por el humo que soporta y todo arreglado, es decir, algo totalmente evitable se pretende subsanar con dinero, cuando se puede gestionar en otros términos. Que yo sepa nada implica que el bar tenga su razón de ser en ir a fumar, como tampoco la había en los aviones, los cines etc.. El Estado no es quién para entrometerse en las normas de un local privado dicen, pero omiten que todo local cuenta con una licencia pública y está sujeta a una serie de condiciones, entre ellas, las de la defensa en la salud de sus trabajadores. ¿Deberíamos dejar entonces, en mano de los empresarios hosteleros la decisión sobre normas de éste tipo? Sabemos que esa opción siempre se traduce en chantaje, frente al débil poder de negociación social del precariado de la hostelería. El control estatal puede ser horrible, pero lo es mucho más el que puedan ejercer las empresas que trafican con la fuerza de trabajo, por no hablar del control biopolítico que inoculan las multinacionales del tabaco.

Todos los estudios de o­ncología, apuntan a que las únicas mejoras en la salud se dan únicamente cuando dejan de estar expuestos al humo del tabaco, a no ser, que le demos más validez a los análisis pseudocientíficos que elaboran las tabacaleras y sus tentáculos bien financiados como la FEHR o grupos creados como el club de fumadores por la tolerancia. Defender la libertad de fumar tabaco como un acto rebelde, tiene el mismo valor transformador que la sensación de sentirse libre cuando se conduce un coche a gran velocidad: nula. La supuesta tolerancia y autoregulación entre fumadores y no fumadores –lema de Philip Morris-, se ubica en las antípodas de una visión libertaria que rechaza al Estado opresor, al contrario, se acerca más a los postulados neoconservadores que sacralizan el derecho individual por encima de todo. No es casualidad entonces, que haya sido la derecha más cavernícola, la que haga de punta de lanza en su cruzada por la libertad del tabaco. Intereconomía tiene un anuncio que así lo resalta y su brazo mediático, La Gaceta, cuenta con un banner en su web con la imagen de un preso apretando las barras de una celda, en contra de la política represiva de Zapatero. El dueño del asador de Marbella, retrogrado descarnado, cuenta con todo el apoyo del PP de la zona.

Mezclar la medida con la inutilidad de Zapatero, la hipocresía de recaudar dinero con el tabaco o la inoperante medida que obligó a reformar miles del bares, para luego prohibir totalmente el tabaco, es echar balones fuera y no reconocer el debate real. Una visión de izquierdas, autónoma, no puede escudarse en su subjetividad de fumador - que en ocasiones nubla su criterio por estar condicionado a una sustancia-, en realidad, debería afirmar su ética colectiva y su subjetividad como persona que defiende, entre otros criterios, el de clase.

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