viernes, 26 de noviembre de 2010

Movilidad, Control, Desobediencia

El civismo, del latín civis, viene a determinar la relación construida entre el ciudadano y la ciudad, es decir, el lugar, el espacio donde florecen un conjunto de pautas comunes de convivencia que varían a la par que se modifican las bases de su relación.
En Barcelona durante los últimos años, el ayuntamiento se ha propuesto como objetivo político generar una modificación sustancial en lo que hasta ahora veníamos comprendiendo como comportamiento en el espacio público.
Nuevos usos del espacio con la llegada de población inmigrante, nuevos tiempos, nuevas problemáticas surgidas de la fragmentación del mercado laboral y las formas de producción, hacen de la ciudad un espacio de uso intensivo, dinámico y conectado. La metrópoli se ha transformado en una fuente inagotable de innovación y movimiento, sustituyendo a las antiguas narraciones de vida lineales fijadas con tiempos estáticos, predecibles, que tenían su epicentro en la fábrica, el hogar y la comunidad, sin mayor necesidad de conexión.

En la metrópoli –actual fábrica postmoderna-, no se puede y no se quiere disciplinar a la población y en su lugar toman el testigo el control y la modulación, encargados de definir contornos más que diseñarlos. Controlar los flujos en lugar de ordenarlos, supervisar la producción en forma de mando interfiriendo cada vez menos en su proceso, o excluir en lugar de reinsertar, responden a unas dinámicas productivas parasitarias de la producción social colectiva. Estos y muchos otros aspectos provocan una mutación en la manera de gestionar el gobierno de la población, lo que obliga a pensar en nuevas formas contemporáneas de proyectar alternativas transformadoras. La política antagonista debería hacer uso de la desobediencia, la organización en red, basándose en una lectura precisa de la composición técnica de las nuevas formas de trabajo, ahora no tanto centradas en el obrero industrial. En cambio surge todo un abanico de formas de explotación asalariadas y no asalariadas dentro y fuera del mercado laboral, que conforman la base material y técnica de esa potencia que precisa articularse políticamente.

Teniendo en cuenta que la movilidad se eleva a condición básica tanto como factor de inclusión social, como elemento crucial para la producción, practicar la desobediencia en el transporte público adquiere una posición central, negando al colarse, el origen y fundamento mismo de la ley, omitiendo al mando. La relación entre movilidad y producción viene a ser total, dado que la capacidad de moverse no funciona ya como soporte de simples desplazamientos, sino a modo d esqueleto que permite levantar el cableado de la red. La cuestión central en el postfordismo no reside tanto en quien logre acumular más cantidad de propiedades, en realidad, tiene más que ver con alcanzar el acceso a las redes, a los servicios, a la información. La brecha entre los que tienen y los que no es amplia, pero la de los conectados y los desconectados lo es aún más.



Nos transmiten constantemente que tenemos que ser móviles y flexibles, que la incertidumbre será nuestra brújula y el hábito de no tener hábitos nuestra máxima a seguir. Pero al mismo tiempo su retórica de inclusión social a través del trabajo se convierte en una falacia y la contradicción entre lo demandado y lo posible, la llamada que todos escuchan pero que no todos pueden responder, es manifiesta. Hoy, si no tienes móvil, Internet, medio de transporte o no puedes pagar el transporte público, estás abocado a la marginalidad. Colarse en el metro puede tener múltiples interpretaciones, desde el que lo hace por puro egoísmo, por temas económicos, ética militante o simplemente por joder, por gozar de esa pequeña sensación de desobedecer. El motivo no es tan importante como la reacción provocada por las instituciones y los esfuerzos mediáticos y económicos por evitarlo a toda costa, lo que denota la clara evidencia de la importancia que adquiere laa movilidad en la agenda pública.

Numerosas experiencias han surgido alrededor de Europa en torno a la libre movilidad, el colectivo sin ticket de Bruselas, los grupos organizados de cueling en Paris, o la ingeniosa campaña de guerrilla de comunicación en Barcelona de la gente del blog moltllest.blogspot.com. Quizá la realidad apunta por empezar a construir un nuevo derecho a la ciudad que plantee a su vez toda una matriz de derechos que articulen la acción colectiva y política del precariado metropolitano en torno a la movilidad, la vivienda, información y la renta.